A nadie se le escapa que Canarias es un archipiélago de origen volcánico y que la actividad sísmica siempre está presente. Sin embargo, en la última semana se ha hecho más patente desde que se ha activado la alerta del Instituto Geográfico Nacional (IGN) a causa de un enjambre sísmico localizado en la isla de La Palma, isla que vivió erupciones en 1949 del volcán San Juan y en 1971 del Teneguía.
Desde el 11 al 14 de septiembre se han detectado 2.935 terremotos entre los 8 y los 13 kilómetros de profundidad, siendo el de mayor magnitud de 3,5 mbLg. Los seísmos se localizaban originalmente en la zona sur de la isla —en torno al parque natural de Cumbre Vieja—, con los días se están desplazando hacia el noroeste. Y es que se deben a una masa de magma que se desplaza en el subsuelo y que ya ha conseguido elevar el terreno 1,5 centímetros.
Los expertos del IGN mantienen que el fenómeno “se encuentra dentro de la normalidad y no presenta riesgo alguno para la población”, aunque no descartan que a largo plazo sí se pueda producir una erupción volcánica. Aunque las posibilidades no son muy altas —la mayoría de intrusiones magmáticas permanecen en el subsuelo—, es inevitable reflexionar sobre cómo afectaría un fenómeno así a una isla turística.
Humo, ceniza y tráfico aéreo
El tráfico aéreo sería uno de los primeros afectados por una erupción volcánica. Destinos como Bali (Indonesia), Hawái (Estados Unidos) o Japón están acostumbrados a lidiar con períodos de paralización y desvíos de vuelos a causa de nubes de humo y ceniza. Un viejo conocido el continente europeo es el volcán Eyjafjallajökull (Islandia) entre abril y mayo del 2010 causó la cancelación de más de 20.000 vuelos en el norte y centro del continente. Otro efecto negativo podría ser el temor de los turistas a desplazarse a La Palma ante posibles eventualidades. Países como Reino Unido, su segundo mercado internacional emisor, son especialmente sensibles a este tipo de alertas.
La atracción del turismo volcánico
No obstante, también hay consecuencias positivas, destacando el auge del turismo volcánico. Esto podría potenciar la llegada de visitantes, tanto de científicos que ven una oportunidad única para estudiar y conocer sobre el terreno estos fenómenos, como aficionados que quieren vivir la experiencia de estar cerca de un fenómeno natural de estas características. De hecho, un estudio de la Royal Geographical Society de Reino Unido sobre el “turismo volcánico” hace hincapié en la fuerza en términos de marketing que tienen los volcanes.
A todo ello se suma que las erupciones generan nuevos paisajes en los que practicar deportes al aire libre y de aventura, así como ofrecer tours para redescubrir el territorio. A su vez, con el clima adecuado pueden florecer industrias como el esquí.
La citada Islandia es un ejemplo de cómo el turismo se ha impulsado gracias a los curiosos que quieren sentir el calor y la adrenalina de vivir una erupción en directo. En 2010, recibió a 488.622 turistas extranjeros; en 2017, la cifra creció hasta 2.224.074.
Así, el turismo volcánico se podría sumar a los atractivos naturales de La Palma, que también es reconocida internacionalmente como un enclave excepcional para el turismo astronómico.