En los últimos años hemos vivido un incremento importante en la venta de esas maletitas con asa y rueditas a las que llamamos trolley. Este crecimiento de la demanda se debe especialmente a las nuevas políticas de equipajes de las líneas aéreas, lideradas en su momento por Ryanair y demás compañías Low Cost. Estas condiciones, o mejor dicho limitaciones, hicieron que los pasajeros, tanto turistas como los que no lo son, hayan tenido que repensar y valorar a conciencia como estibar los 10 kilos de ropa y enseres personales que las compañías nos permiten ensamblar en un espacio inferior a 56cm x 45cm x 26cm. Y ciertamente nos hemos acostumbrado a viajar con menos ropa, con dos pares de zapatos y con un neceser minúsculo; sencillamente a llevar lo estrictamente necesario y a comprar en nuestro lugar de destino cualquier objeto olvidado o necesitado. Nos hemos convertido en "mochitrolleyros".

Y no ha sido solo el sobrecoste de equipaje implantado de manera dictatorial por lasaerolíneas lo que ha marcado el comienzo de la "era del trolley". También ha contribuido a ello, que los viajeros queramos evitar esperas por nuestro equipaje, algunas eternas, en el aeropuerto de destino, que nos restan tiempo de trabajo y, por supuesto, de ocio. ¿Cuántas veces preguntamos a nuestros compañeros de viaje si van a facturar, antes de decidir la tipología y tamaño de nuestro equipaje? El tiempo es oro y probablemente para un viajero más.Volar se ha hecho más asequible a todos y el trolley nos lo ha permitido.

Y respecto al turismo, ¿qué ha supuesto el trolley para este sector? Nací en una ciudad de tradición turística, que ha vivido sus tiempos de gloria en los que los visitantes llegaban a nuestro trópico a disfrutar del clima y, a su vez, a comprar aparatos electrónicos y -paradójicamente- abrigos de piel. Mi ciudad también ha vivido tiempos de olvido, a la sombra de otras zonas más modernas y atractivas. Estos ciclos de bonanza y de crisis los han disfrutado y sufrido tantísimas otras ciudades turísticas españolas que, como la mía, hoy se alegran de ver trolleys enganchados a turistas en las esquinas más recónditas, en barrios en los que nunca se vio a un visitante. Trolleys que traen riqueza, que traen negocio y que permiten mostrar otros encantos y atractivos de las ciudades.

El nuevo e imparable negocio del alquiler vacacional, va ligado al trolley, a la maletita con ruedas que ha permitido a muchos ciudadanos del mundo poder lanzarse a la aventura de conocer nuevos lugares, callejuelas y, sobre todo, gentes. A pesar de las diferentes opiniones y posturas en las ciudades respecto del alquiler vacacional, a pesar de las guerras que se están gestando contra este imparable boom, yo sonrío cuando veo a una familia, cada uno con su trolley, buscando una dirección por mi barrio. Sonrío, me alegro y me acerco siempre a ellos para ofrecerle la mejor de mis sonrisas y orientación. Siempre pienso que, entre las anécdotas de su viaje, recordarán seguro con más intensidad, su encuentro con un lugareño que les informó en su idioma, o con señas y gestos, sobre el mejor bar de tapas del barrio y sobre la parada de autobús para llegar a la playa.

El trolley además está permitiendo que todos podamos ser microinversores turísticos, que los ingresos del alojamiento vacacional lleguen también por los capilares de la economía hasta los ciudadanos, que actuamos y jugamos nuestro papel en este escenario turístico. Hay turistas para todos y un destino turístico moderno debe ofrecer todas las modalidades y productos que demanda el mercado. Y que sea ese mismo mercado, que es muy sabio, junto con la propia sociedad, los que fijen las normas de paz, convivencia y legalidad y que se marquen las reglas de este juego llamado negocio.

Permitamos que los trolleys lleguen a todo aquel que esté dispuesto a recibir y atender a nuestros visitantes y dejemos que el propio mercado haga la selección. Porque, le guste a quien le guste, el trolley ha llegado para quedarse.