El pasado lunes, en la terminal T1 del aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid, me vi obligado a pagar 4,25 € por un café. Sí, un café. No un café de especialidad tostado por baristas con tatuajes y nombres raros, ni un café servido en una taza de porcelana fina con una galleta artesanal de acompañamiento. No. Fue un café normal, del que te tomas en cinco minutos mientras miras de reojo la pantalla de salidas por si tu vuelo ha decidido cambiar de puerta sin avisar. Un café que, por cierto, tenía más sabor a desilusión que a café.

Pero lo peor no fue el precio en sí, sino la paradoja que escondía: ese café me costó 1/4 parte de mi billete de avión a Ibiza. Sí, el vuelo me salió por 19 €, y el café, por 4,25 €. Es decir, por el precio de cuatro cafés, podría haber hecho un viaje de ida y vuelta a la isla pitiusa. ¿No les parece que algo falla aquí?

Aeropuertos españoles: el reino del "aquí te pillo, aquí te mato"


Los aeropuertos son, en teoría, un bien público. Espacios que pertenecen a todos y que deberían funcionar para el beneficio de todos. Pero, en la práctica, se han convertido en el reino del "aquí te pillo, aquí te mato". Una vez pasas el control de seguridad, entras en una dimensión paralela donde los precios se multiplican por tres, la calidad se divide por dos, y tu cartera llora en silencio.

En este caso, el café lo compré en Pret A Manger, una cadena que en otros países ofrece productos decentes a precios razonables. Pero aquí, en nuestro querido aeropuerto madrileño, parece que la filosofía es otra: "¿Quieres un café? Pues 4,25 €, y si no te gusta, vete a la máquina expendedora, que ahí te cobran 3 € por un vaso de plástico con agua marrón".

La cultura del café en España: un drama en tres actos


Y hablemos del café, porque este es otro tema. En España, país de siestas, tapas y fiestas, no tenemos cultura del buen café. Lo nuestro es el café de sobre, el de máquina de oficina y, por supuesto, el de aeropuerto: un líquido marrón que sabe a quemado y que, en el mejor de los casos, te despierta; en el peor, te sirve de laxante.

Pero, claro, cuando pagas 4,25 € por un café, al menos esperas que te sirvan algo que no sepa a castigo divino. Error. En los aeropuertos españoles, la regla es clara: paga mucho, recibe poco, y no preguntes por qué.

¿Hasta cuándo vamos a tolerar esto?


La pregunta es inevitable: ¿hasta cuándo vamos a tolerar estos precios abusivos en los aeropuertos? Sí, entiendo que el libre mercado existe, y que los establecimientos tienen que cubrir costes. Pero también entiendo que los aeropuertos son espacios públicos, y que debería haber un equilibrio entre el beneficio empresarial y el servicio al ciudadano.

No pido que el café sea gratis, ni que me sirvan un espresso preparado por un barista italiano. Pido simplemente que no me cobren el precio de un menú del día por un café que, en cualquier otro lugar, costaría 1,50 €.

Conclusión: el turista cautivo no es un cajero automático


Así que, señores gestores de aeropuertos, señores dueños de cadenas de restauración, y señores políticos que permiten que esto ocurra, les dejo una reflexión: el turista cautivo no es un cajero automático. Somos personas que, entre vuelo y vuelo, queremos tomarnos un café sin que nos sangren la cartera.

Y a mis compañeros de viaje, les digo: no normalicemos esto. No nos conformemos con pagar precios abusivos por productos mediocres. Exijamos calidad, exijamos precios justos, y, sobre todo, exijamos que los aeropuertos dejen de ser un negocio privado disfrazado de servicio público.

 

Manuel Rosell Pintos es experto en dirección empresarial, marketing y turismo. Actualmente, es CEO de la consultora turística Abbatissa y la start-up hotelera Spot Hotels.