Según recogen distintos medios, Iberia denuncia que 15.000 pasajeros de las compañías de su grupo: Iberia, Iberia Express y Air Nostrum, perdieron sus vuelos de conexión en Madrid-Barajas en los meses de marzo, abril y mayo. De media, 170 pasajeros cada uno de esos días o un avión entero. Inmediatamente, se han apuntado la patronal de las compañías áreas ALA, la Mesa del Turismo, un lobby del sector —que también han denunciado retrasos en otros aeropuertos turísticos—, y la Comunidad de Madrid. Todos ellos acusan al ministro del Interior de no destinar suficientes dispositivos policiales para el control de pasaportes, que ahora también tienen que pasar los británicos.
Es decir, las compañías aéreas exigen a la autoridad competente que sus servicios en los aeropuertos estén preparados todo el tiempo para evitar retrasos en los picos, algo que no se exigen a sí mismas, al haber sido incapaces de gestionar esos mismos picos teniendo que cancelar vuelos.
No he conseguido saber quién ha sido el empleado de Iberia que ha realizado la denuncia.
Coincidiendo en el tiempo, el siempre prudente presidente de esa compañía, anunciaba la plena recuperación del tráfico turístico y señalaba los problemas que estaban teniendo en Ámsterdam (Países Bajos) y en aeropuertos alemanes: “problemas que no vemos en Madrid y en otros aeropuertos españoles”.
No puede evitar recordarme a Jardiel Poncela y su novela de 1931 “Pero... ¿hubo alguna vez 11.000 vírgenes?”. Cifra mítica que surge de la leyenda de Santa Úrsula, la casta princesa británica que retrasó su boda para mantenerse más tiempo pura y se fue de peregrinación a Roma con su séquito de doncellas. Al regreso fueron capturadas por las tropas de Atila y martirizadas por su negativa a satisfacerles.
Cuando se inicia la leyenda, las vírgenes eran 11, pero justo antes del milenio un monje despistado se armó un lío con la M —símbolo de mil en latín— e hizo el verdadero milagro de convertirlas en 11.000.
Centenares de iglesias fueron dedicadas en toda Europa a Santa Úrsula y miles de reliquias —cientos de ellas, calaveras— vendidas en ese próspero mercado. Sobre todo, fue una inagotable fuente de inspiración para muchos pintores de la tardía Edad Media o del Renacimiento temprano. Numerosos cuadros adornan iglesias y museos del mundo entero.
La obra cumbre es el ciclo de Vittore Carpaccio, pintado entre 1490 y 1498, al que la Galería de la Academia de Venecia le dedica una sala entera. Que Úrsula existiera o no ha dejado de importar porque la leyenda forma parte de la historia gracias a Carpaccio.
Por supuesto, las 11.000 vírgenes no tienen nombre. 11 sí han sido “identificadas” por algún osado escribidor de la época del milenio.
Parece que nadie va a identificar a los 15.000 pasajeros de Iberia porque no han dejado huella, ni presentado las solicitudes de indemnización a la que tendrían derecho. Tengo la impresión de que la leyenda no pasará a la posteridad, si no aparece un Carpaccio que los inmortalice.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).