Hace 5 años que escribo una sección en el periódico turístico Welcome to Gran Canaria bajo el epígrafe enYESque, una palabra que estimula los sentidos de los canarios y espero que también a nuestros visitantes. En este artículo publicado en el número de abril, repaso la historia del viaje como experiencia de la humanidad. Una travesía que comenzó hace miles de años, envuelta en leyenda, y que nos lleva al espacio... Le invito a embarcarse en este prodigioso mundo. Lea:
Recapitule un momento. Ha recorrido miles de kilómetros para llegar a una isla situada en el trópico, refrescada por la corriente atlántica que circula entre el Golfo de México y el Sahara. Para ello, una nave ha volado a miles de metros de altura a una velocidad que ningún ser vivo en el planeta había alcanzado nunca. Sólo al ser humano se le ha ocurrido construir naves para recorrer el planeta y viajar hasta la luna, sumergirse en las profundidades o crear pistas para esquiar sobre nieve en la zona más árida del mundo, todo desplazamiento y actuación de los seres humanos tiene como objetivo conseguir materias y/o buscar el lugar ideal, el Jardín de las Delicias o Utopía. Pero, hoy día ya no hay mitos ni sitios misteriosos o extraordinarios como los descritos para Gulliver o Robinson Crusoe. Tampoco encontrará un cíclope o a King Kong, pero son cientos de millones de personas quienes cada año se desplazan de un lado a otro de la tierra para disfrutar de todo lo que ofrece la naturaleza y lo que ha creado la humanidad pensando en su bienestar.
En definitiva, resulta que el vellocino de oro mitológico no era la piel del carnero sino el propio viaje: Convertir la vida en una experiencia extraordinaria. Y ése viaje iniciático fue el espíritu que empujó a Jasón, pero también a Colón, a Marco Polo y a tantos argonautas que se lanzaron a recorrer territorios desconocidos. El mismo empuje que anima a todas las personas que hacen turismo. Aunque en estos momentos ya no sea un aventura hacia lo inexplorado.
En apenas unas horas de vuelo todo cambia: el clima, el paisaje, el paisanaje, el idioma, la hora, las rutinas... Se puede sentir la sensación de que el tiempo discurre a un ritmo diferente porque puede recrearse en detalles, pararse a pensar qué le apetece hacer o incluso no hacer nada. Es el turismo. O lo era hasta hace poco, cuando todavía podíamos desconectar casi por completo. Si tiene un móvil ya es otra cosa radicalmente distinta. Hemos cambiado el viaje por una permanente y exacta localización GPS. Varía el paisaje pero seguimos conectados a la rutina: realizamos las tareas de la oficina, estaremos al tanto de la reunión escolar, de la comunidad de vecinos, las novedades familiares, los cumpleaños de todo el mundo y -por si no lo sabía- tiene a 50 metros una dulcería, restaurante, museo, tienda, concierto, obras o carrera popular, etcétera, con una alta puntuación según los millones de usuarios de las aplicaciones instaladas en su móvil.
¿Qué le diferencia de aquella mitológica tripulación? Que la leyenda la ofrecemos online, con fotos, videos, valoraciones y respuestas instantáneas. O, por el contrario, dejamos el smartphone a ratos y descubrimos las sensaciones del entorno, estimulamos los sentidos y trabajamos la intuición junto al diálogo con la gente. Seres reales que aconsejan, recomiendan, comparten y viven el momento sin necesidad de selfies o emoticonos.
Las personas empezaron a navegar aferrándose a un tronco; luego lo adaptaron para crear canoas y empujarlas con palas y remos. La vela fue tan importante que se atribuyó su creación a la diosa Isis. Los romanos construyeron la primera red de calzadas y la revolución industrial hizo creer en un mundo de invencibles máquinas de dimensiones faraónicas y dramáticas como el Titanic o el Hindenburg. El tiempo se reducía y cada vez más gente podía desplazarse y convertir en popular un lugar, un destino.
Todo esto hizo desaparecer la leyenda del viaje original, liquidado por el smartphone que convierte la realidad en virtualidad, en pura imagen, aunque nos puedan ver en todo el mundo.