Poner límites al crecimiento turístico supone crear un modelo de gestión muy diferente al que una mayoría de destinos llevan aplicando desde décadas y que apenas ha cambiado, salvo para “verdear” su apariencia.
Que el turismo o los turistas son malos o negativos para los destinos y sus territorios es algo que tiene muchos ángulos de vista. También hay muchos indicadores positivos, como el empleo, negocios, impuestos, etc. pero en el modelo estándar actual no es nada sostenible, ni social ni ambientalmente, y por ende tampoco económicamente salvo para minorías. Existe un factor que no se ha tenido en cuenta, no sé si por ignorancia, supremacía, o por ser algo que podría restar competitividad y es precisamente la gente, la población local, los residentes que son también fuerza de trabajo directa e indirecta.
Y precisamente hace unos días se ha puesto de manifiesto en las Islas Canarias, un reclamo de 57.000 personas (cifra muy alta para las islas) quienes se han manifestado en contra del modelo actual turístico.
Cuando se habla de que todo tiene un límite, es decir que debemos de conocer la capacidad de carga, acogida o aguante de un territorio, existen formulas matemáticas de definirlo; sin embargo, en esas ecuaciones no se incluye algo clave y fundamental que es el indicador de percepción de la gente y valga el caso de Canarias que con esa manifestación ha mostrado ese indicador que es bien claro. Y es curioso que haya tenido casi más repercusión mediática en los principales países de la demanda, como Reino Unido y Alemania.
La población se queja de los turistas, del modelo turístico, de las empresas y de su Administración Pública. Los turistas protestas de la población y, a veces, del destino. Y la Administración promete cambios. ¿Quién tiene razón y quién tiene la solución?"
La cuestión no es si la población tienen o no razón (que la tienen, seguro), sino que el modelo no funciona y está teniendo ya unas fisuras cada vez más grandes que puede hacer hundir al barco del turismo y no es para frivolizar sobre el tema.
Hay una duda que siempre surge en este modelo que tiene 2 visiones: el crecimiento máximo en número de turistas y, a la vez, el desarrollo o gestión sostenible del destino.
Creo que no es una tarea fácil especialmente si nos referimos a destinos que no han sido diseñados en origen ni para el turismo ni mucho menos para un turismo masificado, que si lo hubiesen hecho el resultado sería muy diferente y hay casos que lo demuestran como el paradigmático pero realista Benidorm en el Mediterráneo Español.
La presión social de los turistas en la comunidad es cada vez más fuerte y entran en una competencia muy fuerte especialmente en los destinos y sus hinterlands, donde la demanda desplaza a la población reduciendo su espacio o entorno físico y social vital, aumentando la tensión inflacionista de los precios de alquileres y compra venta, alimentación, atención sanitaria, costes de gestión de residuos, recursos básicos como el agua, deterioro del entorno natural y un largo etcétera.
En resumen, el no saber gestionar estos impactos negativos se traduce en un modelo turístico de gestión insostenible y, como bien dice dicho término, un futuro bastante oscuro; por no decir que es evidente que estos destinos entrarán en una fase de declive con nefastas repercusiones para la población, empresas y turistas, ya que dilatar soluciones solo enturbia aun más la situación.
Ahora bien, es necesario ser realista, pero al mismo tiempo tener la valentía para ser disruptivo y, si bien el destino no se puede cambiar de lugar, ni de tiempo, si se puede diseñar otros modelos de gestión con la ayuda que ya sabemos que ocurre cuando no se prevén los resultados o escenarios posibles y, por tanto, se tiene la garantía de al menos saber qué es lo que no hay que hacer o repetir.
Se requiere una transformación urgente de los destinos con riesgo, un proceso de comunicación interna y externa, no marcarse objetivos inalcanzables y tener en cuenta que la sostenibilidad es la garantía de una rentabilidad y competitividad del destino turístico y no un objetivo.
Por tanto, no es una cuestión de sí o no al turismo de masas, que es más una cuestión de percepción si se sabe manejar, sino al modelo de gestión que sea sostenible social, ambiental y económicamente para asegurar la competitividad. Es decir, algo tan elemental como aplicar el sentido común.
En resumen, el descontrol de los flujos turísticos en un entorno, ya sea urbano, rural o destino maduro, en el mismo espacio, donde se mezclen indistintamente expectativas de la población y turistas tendrá un pésimo resultado como lo demuestra las recientes manifestaciones en las Islas Canarias.
*Arturo Crosby es editor de Natour magazine.