Opinión
Cáncer y urbanismo
La falta de criterio estético, la corrupción, el abuso urbanístico y la especulación inmobiliaria convierten a un destino en la sombra de lo que fue
Quien conviva o haya tenido que convivir con esta enfermedad entenderá la metáfora. Al estar bastante concienciado con este tema, he querido construir con humor una crítica de lo que sucede con el urbanismo en nuestros pueblos y ciudades, donde la falta de criterio estético, la corrupción, el abuso urbanístico y la especulación inmobiliaria acarrean consecuencias que convierten a un destino, casi de la noche a la mañana, en una sombra de lo que fue.
Un cáncer urbanístico que corrompe una economía sana si no se está atento a las señales previas. Al igual que la enfermedad, requiere de revisiones, atenciones y una vida saludable para poder esquivarlo. Para ello, voy a desgranar los mitos y verdades de una enfermedad que golpea cada día a millones de personas y que a su vez tiene efectos colaterales directos e indirectos de los que se pueden sacar lecturas muy interesantes y usar como ejemplo para otros ámbitos, aunque no hay duda de que cuando hablamos de salud, nada es más importante. Empecemos.
El cáncer no es contagioso porque no es una enfermedad infecciosa. Si nos vemos, sin embargo, afectados por alguna enfermedad infecciosa como la hepatitis o el SIDA, las probabilidades de padecer cáncer aumentan.
Estamos ante la primera metáfora urbanística. Cuando tienes un problema grave, no puedes tomar soluciones que provoquen un aumento del problema. Esto sucede muchísimo en los destinos costeros (piensen, por ejemplo, en Torremolinos). Destino que languidece gracias al turismo de baja temporada de la tercera edad y el turismo de baja calidad (¿es políticamente correcto decir esto?) en alta temporada. Si tienes un problema y tus soluciones y estrategias urbanísticas son solo cubrir las necesidades de tu actual mercado el cual es de baja calidad, “Torremolinos, tienes un problema”; y lo peor de todo es que no hay futuro.
El cáncer no es hereditario, hay cierta propensión a que haya transmisión hereditaria en algún tipo de cáncer como el de mama, pero es un porcentaje no superior al 10%.
El urbanismo en los destinos no se tiene por qué heredar y existen muchas maneras de evitar que las acciones políticas de personas cuya formación está bajo sospecha sigan dejándonos una herencia nefasta. La primera sería no votarles, pero si hemos cometido el error de hacerlo, mecanismos de control y de responsabilidad penal serían la solución necesaria para que a más de uno se les quitasen las ganas de meterse en política o tener en mente dejar proyectos megalómanos para la posteridad. Si los concejales de urbanismo de nuestro país estuvieran cualificados (daría para otro artículo) muchos de los errores que sufre la industria del turismo estarían resueltos desde el origen.
El cáncer siempre duele. Esto es otro mito. El cáncer no tiene por qué doler y solo dependerá de la zona afectada por el tumor. Esa es una de sus mayores dificultades para la prevención. En muchas ocasiones llegamos tarde porque no hemos sentido ningún síntoma en forma de dolor que nos alerte.
Siguiendo con nuestra metáfora urbano-turística, esto sucede igualmente con la desidia que se demuestra por parte de la sociedad al no enfocar sus esfuerzos en la recuperación y conservación de ciertas zonas como, por ejemplo, los centros históricos y esperar a que estos estén prácticamente en un estado cuya conservación y mantenimiento se hacen inviables si no es con una gran inversión, lo que no siempre es fácil y rápido de ejecutar. Los mecanismos de la especulación inmobiliaria se mueven a otras áreas, esperando a que nuevos proyectos de adecuación de la zona “tumoral” puedan regenerarse con algún tipo de tratamiento. Una pena.
Evidentemente, hay ejemplos que están saliendo bien, como los centros históricos de Oviedo, Málaga o Valencia, pero han necesitado de una inversión pública millonaria para poder atraer inversión privada que diera consistencia a la estrategia urbanística.
“Mantenerse positivo cura el cáncer” es otra de las falacias a las que la New Age —como ya comenté en este artículo— le gusta aferrarse. ¿Se imaginan que por solo pensar de manera positiva nuestro organismo pudiera crear mecanismos de aumento de las defensas? ¿No les parece increíble que esto se diga solo con el cáncer y no se diga con una gripe? “Mantén tu mente positiva y la congestión y la fiebre te bajarán”. A priori, parece un objetivo más que asequible. Absurdo, ¿verdad? Pero lo peor es que los que defienden estas cosas echan la culpa a los que no logran el objetivo diciéndoles que quizá no estaban siendo lo suficientemente positivos… ¡Como si la positividad se pudiese medir!
En nuestro urbanismo turístico sucede igual. No nos anticipamos y esperamos a tiempos mejores, nos encomendamos a mantenernos positivos para ver si la economía nos impulsa, si vuelven los turistas de antaño, a copiar fórmulas manidas y a maquillar sin mucho sentido lo que tenemos o lo peor, a improvisar y ver si acertamos el tiro.
En Benalmádena, por ejemplo, el alcalde Víctor Navas ha instaurado el carril único para vehículos en la principal carretera-calle de la ciudad, la N-340. Lo que antes era un trayecto de 5 kilómetros que se hacía en pocos minutos al tener dos carriles, ahora es una odisea diaria que puede llevar hasta los 50 minutos en alta temporada. Su defensa es que quiere convertir a Benalmádena en ciudad inteligente, previo paso por captación de fondos de Europa, evidentemente.
Por muy positivo que pueda ser este pensamiento, el alcalde se engaña a sí mismo, porque la ciudad no está preparada para esto y su capacidad de aferrarse a la idea “positiva”, a pesar del clamor popular en contra de la medida, parece no hacerle reflexionar. El cáncer de una ciudad invadida por el turismo de baja calidad seguirá, por muy positivo que se muestre el alcalde con su medida egocéntrica de querer maquillar con ideas vanguardistas y loables, una situación que necesita de soluciones de otro tipo y no clonar modelos inviables para su ciudad perjudicando a sus ciudadanos.
Otra mentira muy enraizada en nuestra sociedad es que la quimioterapia “mata lo bueno y lo malo”. La quimioterapia se encarga de destruir las células que tienen un crecimiento anormal o muy rápido, que son las malignas. Pero en nuestro organismo tenemos células que se reproducen a un ritmo muy rápido y que no son cancerosas —por ejemplo, las de la sangre— que también se ven afectadas.
Estos miedos suceden también a la hora de cambiar o proponer estrategias, planes o acciones de índole turística que influyen en nuestro urbanismo: miedo a que lo que es bueno hasta ese momento se vea afectado por intentar solucionar lo malo.
Cuando en Venecia se abrió el debate social de poner freno a la masificación que sufre la ciudad, dos han sido las normas que se han puesto con fuerza en la mesa. Por un lado, la instalación de tornos con la correspondiente tasa para entrar a la ciudad. Esta medida, que ya se aprobó en 2018, se vio ralentizada por culpa de la pandemia, pero la intención es seguir con la misma. Ya veremos cómo evoluciona y si funciona. La otra, de mayor calado aún y con una relación directa con la primera, es con respecto al turismo de cruceros. Los datos del efecto de la influencia del turismo de cruceros en La Serenessima son muy interesantes y abren un debate. La presión medioambiental y turística a la que se ve sometida la ciudad parece excesiva a pesar de los ingresos directos e indirectos que produce el ser puerto de llegada y salida de los muy contaminantes cruceros (piénsatelo antes de coger uno). Lo bueno y lo malo.
Otra frase demagógica y recurrente sobre el cáncer es que es una enfermedad moderna. Eso no es cierto. Existen registros sobre esta enfermedad durante el antiguo Egipto que datan del 4000 a.C.
Lo mismo pasa con el urbanismo, a pesar de que el turismo es una industria relativamente nueva, los problemas urbanísticos van ligados a la evolución de las civilizaciones, por lo que entender las necesidades y equilibrarlas con los conocimientos, la nueva tecnología y las vanguardias es lo único que uno debe hacer, como hace la ciencia intentando entender con los métodos de hoy una enfermedad que convive con nosotros desde hace milenios.
Y, para terminar, quiero matar al mito de que los desodorantes causan cáncer. Actualmente, no existen estudios que indiquen de manera segura que aumente el riesgo de padecer cáncer por el uso de estos productos de higiene íntima.
Sin embargo, cuando el centro histórico de tu ciudad huela a orín; cuando esté invadido de negocios de suvenires, kebab y venta de alcohol; cuando el paisaje sean lavanderías express y pequeños supermercados gestionados por gente explotada; cuando te asalten camareros con menús en mano para que te sientes en su terraza; cuando esquivar en las aceras patinetes eléctricos se convierta en prueba olímpica; cuando los almacenes con buenas ofertas sean el top-manta en las calles o cuando te cruces a la hora del desayuno con un grupo de chicas con penes en la cabeza o tipos vestidos con tanga, ahí sí que podemos decir que el cáncer del peor turismo de masas ha llegado y ese es muy difícil de curar.
Para todos aquellos que el cáncer está en su vida de una u otra manera, mi mayor respeto y cariño. El humor no lo cura, pero lo hace más llevadero. Doy fe.
* Manuel Rosell Pintos es experto en dirección empresarial, marketing y turismo. Actualmente es CEO de la consultora turística Abbatissa y la start-up hotelera Spot Hotels.
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