Las ciudades con puerto marítimo y los cruceros tuvieron un amor incondicional hasta que sus ciudadanos dijeron basta a la llegada de cruceristas y desembocó en el odio que existe en este momento.

Cada vez son más las ciudades que están limitando o incluso prohibiendo la llegada de cruceros a sus puertos.

El último ha sido Ibiza, donde se ha limitado la llega de cruceros a dos barcos por día.

Anteriormente, puertos como el de Venecia, Marsella, Santorini o Dubrovnik endurecieron las restricciones a las compañías navieras por “asfixia” a las ciudades. Pero quedan muchas otras, que tomarán medidas en los próximos meses o años.

Dicho todo esto, me gustaría romper una lanza a favor a la industria de los cruceros y a su turismo.

Primero me gustaría decir que los cruceristas dejan de ser turistas cuando el barco atraca en un puerto, pues en ese momento se convierte en excursionistas. Esto quiere decir que no se debe contabilizar como número de turistas que llega a una ciudad, pues lo que están son horas paseando o visitando.

Y aquí está el verdadero negocio, no en lo que se gastan, sino más bien en los cruceristas que la ciudad es capaz de convertir en turistas de futuro, y que elegirán en otras vacaciones esa ciudad como destino para pasar sus vacaciones en una larga estancia.

Es verdad, que las ciudades se masifican en las horas punta de las excursiones, y ahí es donde está la solución al problema. En modificar y alargar los horarios de excursiones, haciéndolas con horarios más escalonados y luego diversificando las visitas en grupos más reducidos.

Pero si profundizamos más en los beneficios que tienen la llegada de cruceros a una ciudad, tendríamos que sacar los números de cuánto dinero dejan en la ciudad no solo los cruceristas, también las navieras, y los puestos de trabajos que aportan a esas llegadas.

Las compañías navieras son las primeras interesadas en qué ciudadanos y cruceristas convivan en la ciudad durante las horas que están atracados en sus puertos. Para que esta cordialidad y sostenibilidad ocurra, deben sentarse a dialogar dirigentes políticos y compañías navieras para realizar un plan de acción que favorezcan en ambos sentidos a las ciudades.

Soluciones hay muchas. Lo único que hay que tener es empatía en ambos sentidos y poner sobre la mesa, lo antes posible, una batería de soluciones para que la fobia a los cruceros finalice y las ciudades acojan a los visitantes con los brazos abiertos, y no vean a los cruceristas como un enemigo, pues realmente son creadores de riquezas en las ciudades.

 

*Ricardo Zapata García es Técnico y especialista en Turismo