Opinión

​Cómo hemos cambiado... en la cocina y en la vida. ¿Quién se quedará atrás?

Para los próximos años, el secreto estará en la motivación de nuestro personal o, mejor dicho, en la motivación de nuestros equipos de trabajo

Hace exactamente 30 años que estoy inmerso en este bonito mundo de la cocina y la hospitalidad, en general. Con 14 cumplidos y acabando de salir de EGB, empecé a combinar los estudios de hostelería con prácticas los fines de semana en el Restaurante 'Can Ribas', en la Costa Brava. Recuerdo que mi primer sueldo me lo gasté en comprarme una bici de carreras, ya que mi madre no podía hacer 30 km de ida y otros 30 de vuelta en coche, dos veces al día (según el turno que tuviese), y a mí no me importaba nada recorrer esa distancia para llegar a la cocina, no descansar en 14 horas, ya que no tenía dónde ir, y no me importaba empalmar los turnos y volver a casa bien entrada la noche. Ahora lo recuerdo con nostalgia y pensando que, quizás, no lo volvería a hacer, o sí, quién sabe. A raíz de aquella primera experiencia, fueron surgiendo otras muchas de las cuales hoy, yo mismo me sorprendo, pero una cosa tengo clara cuando vuelvo la vista atrás, era feliz con lo que hacía y, sin darme cuenta, mis días no tenían fin y principalmente era, entre otras cosas, porque el jefe que me dirigía era un verdadero líder.

Antonio era un tío capaz de convencerte de que aquello era lo que tenías que hacer y, encima, te lo vendía de tal forma que acababa gustándote más de lo que ya de por sí me gustaba. Hablaba de la cocina y de la atención al cliente como si fuese algo divino, algo donde no había dolor ni cansancio, a cambio de ser feliz haciendo feliz a la gente…. Era alucinante ver cómo disfrutaba de todo, de atender a los clientes, de pelar papas, de picar cebollas, de salir a comprar y de oler un melocotón profundamente y con los ojos cerrados antes de comérselo. Era fascinante ver cómo trabajaba sin descanso y cómo transmitía energía cada vez que se te acababa la tuya. Nunca le vi, ni oí, una voz más alta que otra, ni una bronca, ni un puñetazo en la mesa, sus trabajadores eran y fueron siempre los mismos durante muchos años y siempre se respiró profesionalidad y respeto en paralelo a un amor extremo hacia este oficio.

 

Tuve la suerte de pertenecer a aquel equipo y a aquella generación, donde trabajábamos codo con codo hasta altas horas de la madrugada y después de dejar nuestra cocina impecable para el día siguiente, nos sentábamos sucios de grasa y olorientos a fritangas a charlar sobre lo vivido ese mismo día, sobre la “pillada de toro” de primera hora por culpa de uno de nosotros, hasta lo bien que salió la mesa número 15. No había reproches a quien pudo fallar, ni medallas individuales, éramos un equipo de trabajo, desde el propietario pasando por el chef y hasta el que vigilaba el parking o el mismísimo jardinero, todos en la misma línea, con el mismo mensaje grabado en nuestras mentes, “ser felices, haciendo felices a los demás” y para que esa premisa se cumpliese, todos teníamos que poner de nuestra parte, nunca nadie se quedó atrás.

Se buscaban soluciones en conjunto y la ayuda llegaba sin pedirla. Las miradas entre compañeros bastaban para saber dónde estaba cada uno y, en cualquier caso, el primero en volcarse donde más falta hiciese era el mismísimo dueño del restaurante.

Cómo ha cambiado todo... Hace no mucho, hablaba con unos colegas de profesión y coincidíamos en ello, que para los próximos años el secreto estará en la motivación de nuestro personal o, mejor dicho, en la motivación de nuestros equipos de trabajo.

 

Las circunstancias de hoy en día en nuestra sociedad, entre otras cosas la crisis profunda en la que estamos inmersos, está influyendo directamente en las personas y, al mismo tiempo, todo esto se está convirtiendo en un sálvese quien pueda que, para algunas empresas, las que no han querido atender a sus empleados, todo esto les va a crear un derrumbamiento de la atención al cliente hasta que encuentren nuevas oportunidades y que definitivamente se irán en busca de empresas ética y moralmente solventes para momentos como este. 

Por otro lado, las nuevas tecnologías, a este paso, si no conseguimos implantarla con sentido común, también harán que se pierda el contacto definitivamente para pasar a adquirir cualquier cosa por internet (ya está pasando). Es por eso por lo que no podemos seguir perdiendo el norte en este sentido y los que, como yo, en algún momento de sus vidas conocieron los valores del trabajo, esfuerzo, disciplina, trabajo en equipo, amistad, respeto, igualdad, diálogo, ética, moral, comprensión y otras tantas, estamos obligados a volver a sacarlas del óxido al que estaban sometidas y volver a transmitirlas por el bien de los muchos que hoy no lo están haciendo bien, y por el bien de las próximas generaciones.

La misiva de que “nadie se puede quedar atrás” no es una frase hecha para lanzársela a los políticos, todos tenemos una parte de responsabilidad en esas palabras, también de los empresarios para sus colaboradores y de los colaboradores para con sus empresas.

 

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