El carnaval es, probablemente, la fiesta pagana más celebrada en muchos países del mundo. La tradición actual proviene de las festividades egipcias que honraban al toro sagrado Apis y de las saturnales romanas, amén de otros rituales en honor a Baco, dios del vino. A raíz de la expansión del cristianismo fue cuando más auge tomó y la fiesta adquirió el nombre de carnaval, teniendo como motivo principal el hecho de despedirse de comer carne y de llevar una vida licenciosa durante el tiempo de cuaresma.
En las jornadas carnavalescas estaba casi todo permitido. De ahí la necesidad de taparse el rostro y mantener el anonimato, para no ser juzgados el resto del año por las acciones cometidas durante esos días de exceso y desenfreno. Lo que antes significaba despedirse de costumbres libertinas, ahora se ha convertido en un reclamo turístico. Uno de los más famosos del mundo, el de Río de Janeiro (Brasil), atrae a más de un millón de visitantes cada año. De hecho, para la edición 2018, los hoteles de la ciudad están a punto de colgar el cartel de completo.
¿Está en peligro el carnaval?
La masiva afluencia para disfrutar de esta fiesta, declarada de Interés Turístico Internacional, elevaron hasta el 96% la ocupación hotelera en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en 2017. En Santa Cruz de Tenerife, fue de un 90% y en el caso de Cádiz, la ocupación alcanzó un 95%. Y esto, sólo por poner algunos ejemplos de los carnavales más populares de la geografía española.
Aprovechando esta época de incremento en el número de visitantes, tanto nacionales como extranjeros, los comercios ponen a la venta un sinfín de diseños, algunos muy ingeniosos e hilarantes. A veces, sin proponérselo, los que se apuntan a esas noches de diversión, escogen unos u otros sin pensar que pueden suponer una ofensa para alguna profesión, grupo religioso, partido político, etc. Sólo se trata de pasarlo bien enfundándose la piel de algún personaje de moda. Sin embargo, el pasado año, en el Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria se levantó una fuerte polémica en torno al triunfo de la Drag Sethlas en la gala Drag Queen, con una performance de la Virgen y Cristo crucificado. Este año, todo parece indicar que el debate gira en torno a la promoción de un disfraz relacionado con las profesionales del sector de la salud.
En este sentido una petición del Sindicato de Enfermería (SATSE) a los comercios, podría sacar de circulación los disfraces de enfermeras, con lo cual este atuendo ya no estaría presente en las fiestas de carnaval en España este año. SATSE ha pedido, concretamente, que se retiren de la venta todos aquellos que atenten contra la dignidad e imagen pública de las profesionales sanitarias. De igual manera, ha propuesto a la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, la creación de un Observatorio de la Mujer en el ámbito sanitario que trabaje para acabar con la utilización de estereotipos sexistas y denigrantes que deterioran gravemente la imagen de las enfermeras. La organización sindical ha señalado a los supermercados Alcampo, filial de Grupo Auchan, por poner a la venta en un catálogo de carnavales un tipo de atuendos que, aseguran, “atentan contra la dignidad de las profesionales sanitarias”.
En carnavales tan populares y que atraen a miles de visitantes nacionales y extranjeros como el de Venecia, y en España los de Cádiz, Las Palmas de Gran Canaria o Santa Cruz deTenerife, serán muchos los que optarán por disfraces que hagan chanza o caricaturicen algunos aspectos de la cultura, la política, etc. La mayoría sólo tendrá en mente pasar un buen rato y representar un papel que en nada tendrá que ver con su vida cotidiana. Imaginemos que se acepta la petición del SATSE, ¿qué pasará después con el resto de profesiones?¿Y con los personajes públicos? Si finalmente se eliminan todos los disfraces que puedan crear controversia, se le quita a esta festividad su carácter burlesco arrebatándole su atractivo principal.
Por ejemplo, en Venecia, este año no faltará “el doctor de la peste”, alusivo a la epidemia de peste negra que azotó Europa durante la Edad Media. Los venecianos y los visitantes se atavían con los guantes de cuero, gafas, sombreros de ala ancha y enormes abrigos de cuero encerado que llegan a los tobillos y que usaban los médicos en el Medievo. Lo más siniestro es quizás la máscara con pico de ave. Prohibir este atuendo por creer que supone una ofensa a la profesión o a las víctimas de tan terrible enfermedad, sería quitarle uno de los disfraces más emblemáticos al carnaval veneciano.
Algo similar ocurrirá en España, donde además de los clásicos profesionales de la salud, miles de Trump o Puigdemont invadirán las noches carnavalescas. Sólo se trata de pasar un buen rato imaginando que, por una noche, todo está permitido. ¿Qué ocurriría si se prohibieran estas caracterizaciones?¿Seguiría siendo el carnaval una fiesta tan interesante y tan atrayente?
No todo cambio es malo
En uno de los carnavales más famosos y concurridos del mundo, el de Salvador de Bahía (Brasil), históricamente eran los hombres quienes se encargaban de la percusión afrobrasileña; pero las tradiciones cambian y ahora Banda Didá, un grupo compuesto exclusivamente por mujeres negras que tocan esos mismos ritmos, hacen que las noches en esa ciudad se llenen de sonidos ancestrales.
Para algunos podrá parecer un acto de defensa a ultranza del feminismo; sin embargo, para Viviam Queirós, una de las figuras principales de la banda, salir a la calle para tocar el tambor igual que lo hacen los hombres, es un arma y una herramienta. “Nos da poder y nos hace más bellas. Y hace que nuestro mensaje sea escuchado desde más y más lejos”.
Vistas ambas caras de una misma moneda, se deduce que no todas las tradiciones son inamovibles y que festividades clásicas pueden adaptarse a los tiempos que corren hoy en día como ha ocurrido en Salvador de Bahía. Sin embago, intentar vetar un disfraz determinado apelando a que atenta contra la dignidad de unos profesionales en concreto es, quizás, sacar las cosas de quicio. Al fin y al cabo, prohibir durante la fiesta del desenfreno, tal vez sea intentar poner puertas al campo.