Opinión
El año de León
La capital gastronómica de España en 2018 quiere más turismo
La concentración del turismo internacional en las zonas costeras e insulares deja poco espacio al interior de la península para poder competir con éxito en ese mercado. Las ciudades del interior se centran por ello en el turismo nacional, lo que es una buena idea especialmente si no disponen de aeropuertos con tráfico universal.
La mejora de las comunicaciones, tanto por carretera como ferroviarias, puede ayudar a algunas localidades descolocadas hasta ahora a encontrar un lugar en un sector de rápido crecimiento. León es un ejemplo. A dos horas y quince minutos de Madrid en tren, algo más de tres por carretera, es un destino ideal para un fin de semana o incluso para una excursión de día. Este año la ciudad ha tenido una buena cobertura en algunos medios influyentes como el Financial Times y en los nacionales, con motivo de su designación como Capital Gastronómica de España y con algunas actividades derivadas como la celebración para obtener el Guiness de cortar cecina a cuchillo, que consiguieron el pasado domingo 27 de mayo los cortadores locales con 281 kilos ante el jolgorio local y la enorme cola en la Plaza de la Catedral para dar cuenta del producto. El personal se dirigía después al vecino “barrio húmedo” para continuar con la actividad más reconocible de nuestra promoción turística.
El día era magnífico y La Pulchra estaba al lado, pero locales y foráneos nos demostraban que están más interesados en pasar un rato divertido que en ampliar su cultura, pues la soberbia Iglesia estaba casi vacía, en una demostración de lo difícil que es animar a la gente a visitar alguna de nuestras joyas que están alejadas de los grandes centros turísticos.
Y la Catedral lo merece. Esta joya gótica del siglo XIII cuenta con unas impresionantes vidrieras solo superadas por las de Chartres. Todo el edificio, con su gran claustro, es un recuerdo a la capacidad extractiva de la Iglesia en la Edad Media que construye semejante obra en una ciudad que contaba entonces con cinco mil habitantes. La historia de su construcción por arquitectos y “masones” franceses y de su gran restauración a finales del XIX- actualmente se está rehabilitando la fachada – nos puede ocupar media jornada. La otra joya medieval, la Basílica de San Isidoro con el Panteón de los Reyes y sus exquisitos frescos románicos exige cita previa.
De la época modernista es la casa Botines, que incluye desde el pasado año un Museo Gaudí en honor de su arquitecto; y de la actual, el MUSAC o Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, que obtuvo en 2007 el Premio Mies Van der Rohe por una construcción que es una exhibición de colorido.
Desgraciadamente uno de los edificios más representativos del Renacimiento español, el Convento de San Marcos, hoy Parador de Turismo, no puede visitarse por encontrarse en obras.
La ciudad, a pesar de sus reducidas dimensiones, reúne un conjunto de monumentos que merecen el desvío y, sin embargo, tiene poco turismo. Y precisamente sus pequeñas dimensiones facilitan la visita.
La que en su día fue una excelente ubicación en la vía de Tarraco a Astorga, cuando su fundación como acuartelamiento de la Legio VII hacia el año 70 de nuestra era, como defensa frente a Astures y Cántabros no romanizados y como expansión natural de los primeros reinos cristianos, deja de tener importancia con el agotamiento de las minas de oro, la industrialización y el desarrollo periférico.
El ser uno de los lugares desde el que muchos peregrinos inician el Camino de Santiago debería dar a la ciudad un mayor renombre internacional, de lo que actualmente carece.
Está claro que las diferentes administraciones tienen por delante una ingente labor para conseguir que algunas de las joyas del interior sean visitadas por el turismo internacional. La magnífica calidad de las infraestructuras, el buen estado de conservación de los monumentos, la oferta enogastronomica y la calidad estética de esos lugares son activos sobre los que construir una oferta interesante.
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