Opinión
El síndrome de China
La modesta realidad es que japoneses o mexicanos gastan más en España, pero carecen del poder blando de los chinos
En la película de James Bridges de 1979 son muchos los que saben que hubo un incidente en una central nuclear pero no consiguen que las noticias del peligro salgan a la luz.
Con la China real ocurre algo parecido. Los gobiernos occidentales están perfectamente al tanto del riesgo que representa para nuestra forma de vida la expansión china, pero su Gobierno lo niega y todos terminamos aceptando la tesis de Chico Marx en Sopa de Ganso: “A quien va a creer señora, a sus propios ojos o a lo que yo le diga“. Parece que estamos creyendo lo que ellos nos dicen.
En los últimos días de noviembre han tenido lugar una serie de acontecimientos que refuerzan esta teoría: la visita del Presidente Chino, la celebración del IV Summit Shopping Tourism and Economy y la publicación de dos libros con idéntico título La China de Xi Jian Ping, uno del Director del Observatorio de Política China Xavier Rios (Editorial Popular) y otro del Profesor Julio Aramberri (Ediciones Deliberar). El primero, más descriptivo y el segundo, más crítico.
La conclusión es que el “socialismo de rasgos chinos” es un sistema que, a pesar de haber apoyado el desarrollo de la economía de mercado, no deja de ser totalitario y cuyo fin es el mantenimiento del poder absoluto del PCCH.
Los multimillonarios y una clase adinerada de más de cien millones de personas deben su riqueza al sistema. “El PCCH se ha olvidado del marxismo pero no del leninismo”, incluyendo un culto al líder desconocido desde los tiempos de Mao.
Conscientes de su nuevo poder ya no se conforman con menos que la hegemonía mundial y eso es algo preocupante porque no creen ni en el imperio de la ley ni en la democracia. Siguiendo la consigna del Gran Timonel “el poder político brota del cañón de un fusil“, se refuerzan militarmente, aunque de momento con objetivos solo regionales.
Desde 2013 están llevando a cabo una expansión mundial sin precedentes. Por un lado hacia el Oeste con la Nueva Ruta de la Seda, en la que España afortunadamente no se ha integrado, y por otro hacia África y América Latina, a través del Banco Asiático de Inversiones, en una demostración de “poder blando”. El gran proyecto Made in China 2025 pretende lograr la hegemonía mundial en tecnología como forma de proteger al régimen y sustituir a Estado Unidos, como explica Adam Segal en ForeignAffairs.
Los tres campos en los que se centra el proyecto son la computación cuántica, la inteligencia artificial y los semiconductores. El avance en los dos primeros es espectacular como es el caso del reconocimiento facial que se va extendiendo a todo el país, con terribles consecuencias a cualquier tipo de opositor al régimen. China ya es el país más avanzado del mundo en estos campos.
No han podido prosperar en la fabricación de semiconductores por la posición de Estados Unidos, contraria a aceptar que empresas chinas compren fabricantes americanos. Otros países como Alemania Australia o Nueva Zelanda están prohibiendo a empresas chinas de material de telecomunicaciones como Huawei y ZTE participar en los concursos para instalar la red G5 de telefonía móvil.
En ese contexto la visita a Madrid de Xi, camino del G20 en Buenos Aires nos enseña que miramos el dedo que señala pero no la luna señalada. Muy en serio los medios de comunicación españoles nos han explicado como el principal resultado de la visita será la autorización a las exportaciones de uvas y jamón con hueso, para compensar el déficit. Marxismo- de Groucho- en estado puro. Y en el IV Summit Shopping Tourism and Economy, indirectamente financiado por las gentes del Sr Xi, se nos ha convencido de que hay que dedicar muchos más esfuerzos a la captación de turistas procedentes de China, turismo de calidad le llaman, que a los que vienen de nuestros caladeros tradicionales. Para ello, los distinguidos ponentes, tanto del sector privado- empresas con interés en la clientela china- como del público, han soltado una serie de cifras sesgadas. Que si más de ciento cincuenta millones de chinos viajan al extranjero, que gastan más de 2.500 euros por viaje y 900 por cada compra, etc., olvidando que el “extranjero” es Hong Kong, Macao, Taiwán y los países limítrofes y que tan solo cinco millones vienen a Europa, que en gasto incluyen el transporte pagado a compañías chinas o que se les devuelve el IVA de sus compras.
La modesta realidad es que japoneses o mexicanos gastan más en España, pero carecen del poder blando de los chinos que nos convencen para que creamos lo que ellos nos dicen y no lo que nuestros propios ojos ven.
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