Este no es el primer verano en el que diversos medios de comunicación arremeten contra el turismo, o más bien contra los excesos de este. Por una parte, la ”turistificacion“, es decir, la entrega a los turistas del centro de las ciudades en detrimento de la población local; y, por otra, su consecuencia: la “turismofobia”. El artículo de Iñigo Domínguez en El País del 2 de julio incluye una frase demoledora: “El turismo envilece los lugares y la gente“. Así que ya tenemos dos nuevos palabros incorporados al metalenguaje del sector.
Me gustaría añadirme a la pelea oponiéndome a ambos fenómenos.
Empecemos con unas constataciones: El turismo extranjero ha sido el factor más importante en el proceso de desarrollo acelerado de España que ha tenido lugar a partir de la mitad de los años sesenta del siglo pasado, tanto desde un punto de vista económico como social.
Este proceso es aún más acentuado en algunas regiones que están, o estaban, entre las menos adelantadas como Andalucía, Canarias y, en su día, Baleares y que no disponen de otras fuentes de riqueza importantes.
El sistema turístico español es el más competitivo del mundo según el ‘WorldEconomicForum’ de Davos. El sistema incluye tanto al sector público (seguridad, infraestructuras…), como al privado. Hostelería y restauración. Además de competitivo es de los más eficientes del mundo.
El crecimiento inusitado del turismo extranjero en los últimos cinco años cuyo origen está en la reducción de los costes del transporte aéreo, el desarrollo de la oferta de alojamiento no hotelero y la crisis de una gran parte de nuestros competidores está generando rendimientos marginales decrecientes –el gasto en España por turista es casi un 30% inferior al de los mejores tiempos– y descontento en una parte de la población de ciertos destinos que se ven afectados negativamente por la nueva situación.
Estas consecuencias negativas se dan en el centro de unas cuantas ciudades: Barcelona, Madrid, Sevilla o Granada; y acechan en otras como Málaga, Santiago, Palma y en unos pocos destinos como Mallorca o Ibiza en plena temporada alta.
Las autoridades nacionales responden con claros síntomas del síndrome de “San Ildefonso”: cuantos más millones cantan más contentos se ponen. El Ministro Nadal ha sido el último en pillar el citado síndrome declarando eufórico que pronto pasaríamos a Francia en el número de turistas, olvidándose de que hace mucho que la hemos sobrepasado en lo que importa que es el número de pernoctaciones y, sobre todo, en los ingresos por turismo.
Todas las autoridades declaran que quieren un turismo de calidad, es decir, menos cantidad de turistas que gaste más, pero no toman una sola medida que vaya en esa dirección. Algunos hoteleros si las están tomando.
Las previsiones para este año y para el próximo indican que la tendencia va a continuar, incluso a pesar del ‘Brexit’, por lo que tanto la “turistificacion” como la “turismofobia” se acentuarán. Para limitar el fenómeno, las autoridades cuentan con limitadas posibilidades. La primera, a la que se niegan el Gobierno Central y los hoteleros, es la imposición de tasas turísticas -ya existentes en Cataluña y Baleares- que deberían ser municipales para centrarse en los lugares adecuados, por lo que son más eficaces que el IVA que tiene carácter general; la utilización de las tasas aéreas con el mismo objetivo y la regulación de los alojamientos no hoteleros. Esto es competencia autonómica pero nada impide, y así lo piden varias comunidades, que el Ministerio lidere un proceso que busque la uniformidad a pesar de las grandes diferencias que existen. El objetivo sería la legalización de esa oferta oculta y la obligación de pagar todos los impuestos y las correspondientes tasa para que el sector hotelero y el del alojamiento turístico compitan en igualdad de condiciones.
La contradicción del sistema turístico español es que tiene todavía mucha capacidad ociosa en aeropuertos, autopistas y habitaciones (tanto de hotel como de viviendas); pero saturación en algunos puntos. Si no se toman las medidas adecuadas, los vecinos de algunas ciudades avanzarán por el camino de la “turismofobia” creando en los turistas la sensación de ser mal recibidos, con la consiguiente censura en los medios de comunicación mundiales, lo que afectaría negativamente al conjunto del sistema. Es lo que se llama morir de exito.