Cada vez que se otea en el horizonte la posibilidad de un cambio de Gobierno para que pase a ser ocupado por un partido o partidos diferentes de los instalados, surge el debate sobre la correcta ubicación de la Secretaría de Estado de Turismo —a veces Secretaría General— o, en su caso, la conveniencia de contar con ministerio propio.
Pocos departamentos han sido tan vagabundos como este. Desde los años 20 ha recalado donde ha podido. Con el desarrollo y el nacimiento del turismo de masas, el régimen leyó correctamente el potencial propagandístico del turismo y lo integró en el Ministerio de Información. Con la democracia primó el aspecto económico. Desde entonces, ha ido pegado al Comercio, con un ministerio para ellos dos solos o en la vicepresidencia de Economía, excepto la etapa 1980-1991 en la que estuvo integrado en el Ministerio que también incluía Transportes y Telecomunicaciones. Tras una etapa errática (2016-2018) en Energía, Turismo y Agenda Digital, se volvió al clásico: Industria, Comercio y Turismo.
Lo cierto es que, ni los respectivos secretarios de Estado, ni los funcionarios de la casa han considerado la ubicación un asunto importante. En 1980, al desaparecer el Ministerio de Comercio, en el que estábamos ubicados, el secretario de Estado, Ignacio Aguirre, me pidió que le preparara varios informes. Cada uno de ellos recomendaba la adscripción a un ministerio distinto, lo que le importaba no era el departamento, sino el ministro con el que mejor se llevara. El papel correspondiente se lo entregó a José Luis Álvarez. Recalamos así en Transportes, junto con Comunicaciones, conformando algo parecido a un Ministerio de Fomento.
Fue una decisión acertada, visto con perspectiva. Por supuesto, yo también soy parte interesada y sigo pensando que es la mejor ubicación.
Transportes es también la ubicación favorita para Exceltur y otras patronales, junto con la posible adscripción a una vicepresidencia. El ministro tendría, como ya tuvo, la capacidad necesaria sobre las políticas aéreas, de ferrocarril y de transporte terrestre, que son las más unidas a este sector.
Cuando el turismo ha estado adscrito a la vicepresidencia económica, el mando directo lo ejercía un secretario de Estado de Comercio y Turismo que, generalmente, daba prioridad al Comercio donde siempre surgían problemas. Del turismo se acordaba, igual que el vicepresidente, a fin de mes para cantar cuánto habían crecido las cifras de turistas.
El argumento de que la autoridad de un vicepresidente ayudaría a coordinar las diversas áreas que afectan al turismo: seguridad, sanidad, cultura, política fiscal, visados, urbanismo, política laboral, política aérea y de aeropuertos, costas, consumo, y otras tiene poco recorrido. Jamás un vicepresidente económico se ha ocupado de la mayoría de esos asuntos y la coordinación se debe realizar en la correspondiente comisión interministerial.
El segundo argumento, que también vale para exigencia de un ministerio propio, es el del peso del sector tanto en el PIB nacional —un 12,6% previsto para este año— como en el mercado de trabajo —2,7 millones de trabajadores—, pero sabemos bien que el dato del PIB es pura estadística, con lo que eso significa; y que la inmensa mayoría de los empleados lo son en el subsector de la hostelería, con sus propias preocupaciones como la regulación de los contratos fijos-discontinuos, el salario mínimo, las jornadas laborales o los permisos de residencia y trabajo de los 500.000 extranjeros que trabajan en este sector. El ministerio del que dependen es la última de sus preocupaciones.
En la Unión Europea, solo Italia tiene un Ministerio de Turismo. La regulación del sector corre a cargo de unidades inferiores de la administración adscritas a entidades distintas. Se da más importancia al ente nacional de promoción, en general público-privado, que es el que recibe la aportación estatal. En los escasos países en los que existe un Ministerio de Turismo es porque todavía hace falta una intervención estatal similar a la que hubo en España en los años sesenta y setenta del pasado siglo y que aquí ya ha sido superada.
Recordemos que las competencias específicas de Turismo corresponden a las comunidades autónomas. La administración central, a través de la Secretaria de Estado y de Turespaña, ejerce funciones por el interés generalizado de las partes, por su experiencia internacional, la red de oficinas y un conjunto de cualificados funcionarios.
Cada comunidad ha ubicado el turismo en diferentes consejerías y lo ha reubicado cuando cambia el partido que gobierna.
El actual gabinete consta de 22 departamentos. El próximo gobierno, sea el que sea, reducirá este número, con lo que el argumento principal a favor de un ministerio exclusivo para el Turismo —si es compartido da casi siempre igual— es precisamente que como el Ministerio de Turismo no tiene competencias, tiene que sustituir con influencia lo que le falta en competencia.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET)