La recuperación tras la pandemia se parece más a la que vino después de la Primera Guerra Mundial: los Felices años veinte —en los que una minoría de la población gastaba ostentosamente lo ganado, en gran medida, gracias a la especulación— que a la de los “Treinta Gloriosos”, después de la Segunda, en los que las nuevas clases medias europeas accedieron a la sanidad universal o al turismo de masas que tanto benefició a España.
Las organizaciones que analizan la situación económica, como el Banco de España, nos aseguraron, al terminar el pasado año, que la fiesta se había terminado al haberse vaciado la bolsa de los ahorros forzados durante el encierro y haberse ejecutado “la venganza".
Parece que eso le ha ocurrido a la mayoría de la población en Europa y en Estados Unidos, pero no a una minoría que se ha beneficiado casi en exclusiva de la recuperación. Les sobra el dinero y han decidido, como en los años veinte, gastarlo “conspicuamente “como ya había previsto, veinte años antes, Thorstein Veblen en su libro La teoría de la clase ociosa. Su lema bondiano es: “YOLO, you only live once” (Solo se vive una vez).
Se está produciendo el “efecto Mateo", por el Evangelista que dejó para la posteridad aquello de “al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará” que, por si no nos habíamos enterado, lo repite Lucas, compañero de profesión.
La minoría a la que se le ha dado ha optado por el “cuanto más caro, mejor".
El consumo conspicuo ha llevado a la principal empresa mundial de productos de lujo: Louis Vuitton, Moët, Hennessy, LVMH- a valer más 500.000 millones de dólares-la primera compañía europea en hacerlo- lo que ha convertido a su principal accionista Bernard Arnault en la persona más rica del mundo.
El "cuanto más caro, mejor" se ha extendido con rapidez al mercado inmobiliario con Londres y Nueva York en cabeza, donde se están vendiendo residencias entre los 50 y los 100 millones de euros, en un mercado en el que abundan los extranjeros que no saben lo que significa un cero a la derecha.
La fiebre inmobiliaria ha llegado a otras ciudades, primero París, después a Madrid y Barcelona. En la capital algunos sudamericanos recién llegados compran todo lo que sale al mercado en algunos barrios céntricos sin mirar el precio.
En el mundo de los viajes son los turistas premium los que están liderando el aumento de las reservas que, en su conjunto están ya casi a niveles de 2019, pero con una facturación superior.
Estos turistas de lujo que a menudo viajan con su familia o con amigos, están compensando la disminución de los viajes de negocios a causa del zoom y la política de muchas empresas respecto al cambio climático. Para atenderles las compañías aéreas amplían el espacio en la parte delantera de los aviones y cambian el “soft product” es decir todo lo que no es el vuelo en sí. Los viajeros de negocios quieren, sobre todo, wifi de alta velocidad en las salas VIP, dormir durante el viaje y puntos en sus tarjetas de fidelización, mientras que los turistas premium prefieren buen entretenimiento y una comida a bordo de calidad.
Lo mismo pasa en la hotelería. Las habitaciones más caras son las que primero se venden. Como no deja de señalar Antonio Catalán, en España el lujo está barato. La inversión se concentra en el segmento más alto. Ya hay en España más de 400 hoteles de cinco estrellas. Y no están solo en Madrid y Barcelona sino también en destinos de costa como Mallorca, Marbella o Canarias. Las grandes marcas del lujo, que habían evitado España, se han apuntado a la fiesta: Hyatt, Four Seasons, Mandarín o Marriott ondean sus banderas en diversos lugares de la península y de las Islas.
La restauración también se orienta en ese sentido. Los restaurantes españoles se reparten ya 283 estrellas Michelín en los que —y no solo en ellos— los que pueden consumen los vinos y los productos ibéricos más caros. Los “Cohibas” que se vendían a más de 200 euros la unidad se han agotado.
Esas cadenas de lujo han irrumpido en el mundo de los cruceros con barcos, en realidad yates más pequeños, que replican en el mar su servicio en tierra con espaciosas suites y restaurantes de tres estrellas Michelin en vez de los vulgares bufés.
Si a alguno de los beneficiados por el efecto Mateo le gustan los resúmenes, le basta con acercarse al nuevo centro Canalejas en la médula de Madrid, en cuya galería comercial le aceptaran 50.000 euros por un reloj, algunos cientos por almorzar en el restaurante de la terraza o bien puede despertarse al día siguiente en el Four Seasons con 1.000 o 10.000 euros menos según la habitación. Lo que ya no podrá es dejarse un par de millones en adquirir un apartamento, diez en el caso de los áticos, porque todos están vendidos desde el primer día. Al mismo precio se vendieron los del Mandarín Oriental en Barcelona. Las malas lenguas dicen que un ático alcanzó allí los 26 millones. Eso si con espectaculares vistas.
Mientras tanto, las clases medias europeas, incluida la nuestra, pensaban que no les afectaba el “cuanto más caro, mejor”, porque siempre quedaba Ryanair, pero los jefes de la aerolínea irlandesa y del mayor turoperador del mundo TUI, ya les han avisado de que el efecto Mateo, que ya está en marcha con la inflación, les quitará también los billetes baratos.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).