Opinión
La necesidad de las tasas turísticas
Las tasas turísticas no han tenido ningún efecto sobre la demanda y las administraciones han percibido unos ingresos que ayudan a paliar las externalidades negativas
El 24 de junio de 1941 se desarrollaba una manifestación frente a la Embajada británica en Madrid. Como parece que la policía tenía dificultades para controlar a la masa y enterado de la situación, el Ministro de Asuntos Exteriores, cuñadísimo y mandamás de la Falange, Serrano Suñer, llamó al embajador, Sir Samuel Hoare y le ofreció enviar más policías. Este les respondió que gracias, pero que prefería que le enviara menos manifestantes. Serrano siempre negó dicha conversación.
Eso es lo que hay que solicitar, que envíen menos turistas, a los que exigen más policías, más agua, más coches de alquiler...
En sus declaraciones públicas todos aseguran que ya ha pasado la hora de contar cabezas y de batir récords de llegada de turistas, que nos tenemos que centrar en el gasto y prestar atención al medio ambiente para que el crecimiento sea sostenible.
Palabras bonitas acompañadas de pocas actuaciones que ayuden a lograr esos objetivos. Y una cerrada oposición cuando los poderes públicos intentan imponer medidas en ese sentido, las tasas turísticas, por ejemplo, como acaba de suceder en la Comunidad Valenciana.
Baleares fue pionera en el año 2002 al imponer la llamada “ecotasa”, para hacer frente a los impactos negativos del enorme crecimiento del turismo en los años 90. Duró un año y fue una de las causas por las que el presidente Antich perdió las elecciones en el año 2004.
Clamaban, sobre todo los hoteleros, contra el impuesto que era discriminatorio —se centraba en la clientela de los hoteles—, además de disminuir la competitividad de un destino consolidado, pero que daba señales de agotamiento.
El segundo intento se realizó en el año 2016. El sector privado se volvió a oponer, ahora por el destino de los fondos obtenidos, al tiempo que los hoteleros se quejaban de la presión fiscal que ellos soportan, mientras que las viviendas de alquiler turístico no están gravadas. Todavía el asunto que sigue sin resolverse, con el agravante de que la mayor parte del crecimiento de estos últimos años se debe al incremento de la oferta extra hotelera.
Ahora sí se gravan las estancias en los alojamientos turísticos y a los pasajeros de los cruceros.
Mientras tanto, la Generalidad de Cataluña impuso su propia tasa en noviembre del año 2012, con las correspondientes reticencias.
Ni en Cataluña ni en Baleares, el turismo se ha resentido a causa de las tasas. Al contrario, ha seguido creciendo. Las tasas turísticas no han tenido ningún efecto sobre la demanda y las administraciones correspondientes han percibido unos ingresos que ayudan a paliar las llamadas externalidades negativas.
En las dos comunidades autónomas donde se cobra la tasa, el asunto ha desaparecido de la disputa política.
Los ejemplos mundiales nos señalan que esas tasas, que en Europa son comedidas, no afectan al volumen de turistas ni a su consumo. Casi todas las grandes ciudades turísticas europeas imponen tasas que se pagan con el alojamiento. Por ejemplo, países como Suecia, también cargan con una tasa nueva los billetes de avión.
Está claro que tampoco han limitado el tráfico hacia el primer país turístico del mundo—Estados Unidos—, en el que son mucho más altas. Los que quieran viajar allí pagan una tasa de 17 dólares al programa ESTA por la exención del visado. Al alojarse hay que pagar tasas estatales, municipales y turísticas.
En Nueva York, la ciudad más visitada del mundo, pueden llegar al 20% del precio de la habitación.
En Baleares, el Consejero de Medio Ambiente y Territorio asegura que “el archipiélago está sufriendo este verano una masificación nunca vista” con diversos problemas, mientras que la presidenta Armengol asegura que “no queremos crecer más en turismo por lo que hemos congelado plazas”, en referencia al Decreto ley de año 2020.
Los empresarios locales reconocen la gravedad de la situación, pero señalan a la administración. Algunos hoteleros destacan que la saturación se debe no solo al turismo, sino también a la población residente, que ha crecido en los últimos años mucho más que en el resto de España, obviando que ese crecimiento es una consecuencia del turismo.
Nos encontramos ya en una fase en la que no basta con no crecer, sino que habrá que decrecer en algunos destinos para atender adecuadamente a los visitantes. Lo que más molesta a los turistas “de calidad” es el exceso de turistas. Si el agua escasea, a lo mejor no es culpa ni de las autoridades ni de las empresas distribuidoras, sino del exceso de usuarios. Es bien sabido que cada turista consume tres veces más agua que un residente.
El exceso de turistas, y no solo en nuestras costas, ha elevado la temperatura del Mediterráneo hasta niveles nunca vistos con las consecuencias negativas que eso conlleva.
Probablemente, haga falta aumentar las tasas allí donde existen—aunque no disminuya el número de llegadas—para ayudar a las autoridades a enfrentarse a problemas como la sequía, e imponerlas en otros sitios como Málaga y Sevilla, cuyos alcaldes quieren ya iniciar conversaciones con las partes interesadas para ver si tienen capital político suficiente para hacerlo. Y, en Canarias, donde la consejera de asuntos sociales quiere abrir el debate.
Imponer o subir las tasas no bastará para controlar las corrientes turísticas, pero ayudará a abrir la discusión sobre los límites al turismo.
En la situación actual, "turismofobia" es negarse a reconocer que, para atender adecuadamente, en algunos destinos, a los turistas que tenemos, no podemos seguir creciendo.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).
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