Los aeropuertos abarrotados, las colas interminables, las huelgas imprevisibles, las carreteras atascadas, las playas llenas, los precios por las nubes, el calor insoportable, el personal escaso. El resultado: un verano magnífico.
Las ganas de viajar eran tan fuertes, el síndrome de abstinencia vacacional tan potente, que los turistas, nacionales y extranjeros, estaban dispuestos a sufrir lo que hiciera falta con tal de pasar unos días de asueto, aunque no fueran de relajo.
Los destinos tradicionales han tenido una ocupación similar a la del año anterior a la pandemia que, recordemos, fue la mejor de la serie histórica. El impulso —el "momentum" que dicen los ingleses— puede durar unos meses a pesar de los oscuros nubarrones que nos amenazan. Las bolsas de las familias llenas por no haber gastado más que en lo necesario en los dos últimos años. La botella de champán en el congelador a punto de estallar. Era imposible aguantar más. No sabemos si podremos reponer la botella. De momento nos la bebemos y luego ya veremos.
Cuanto más caro era el producto, más fácil fue venderlo. La amenazante inflación aconsejaba gastar ahora el dinero que, el año que viene, valdrá menos. El Banco Central europeo sube los tipos como nunca lo había hecho, a ver si consigue reducir la inflación, pero asegurando que las vacaciones que compremos con financiación valdrán más.
No importó que no viéramos ni a un oriental ni a un ruso, provenientes de los dos mercados en los que tantos “expertos” tenían puestas sus esperanzas para mejorar la "calidad" de nuestro turismo. Al final han sido los de siempre, nuestros vecinos europeos, los que se han dejado aquí el dinerito que tenían en la hucha. Los de siempre han optado por lo de siempre: "vacaciones en el mar". Los norteamericanos cuyo billete verde ha ensanchado notablemente también han ayudado. Los turistas de negocios, ¡menuda contradicción!, vuelven a moverse, pero despacito.
Los nuestros, que han ido descubriendo nuevos lugares en la variada geografía nacional, se han lanzado en tromba hacia el norte que antes tenía fama de fresquito, y los sobrantes han ido en busca de eso que llaman "rural".
Los turoperadores han tenido un buen año. Habían reservado sus cupos en los hoteles antes de la guerra y vendieron a precios que daban la impresión de ser baratos cuando se realizaron los viajes.
Los ingresos fueron superiores a los del 19, pero si tomamos en cuenta la inflación la subida es moderada.
Los turistas han ocupado la mayor parte de las plazas disponibles, daba igual que fueran de hotel, de alojamientos turísticos o de camping. Incluso los alojamientos, irónicamente llamados por el INE de "no mercado", que ocupan los que van a visitar a amigos y parientes, se han llenado. Uno de cada seis turistas extranjeros tiene amigos o parientes con un piso o una casa en España en la que les dejan pasar unos días "gratis et amore", una generosidad que no se extiende a la hacienda de su país de origen ni con la española, que tienen ahí un filón por explotar. Eso sí, a profundidades a las que es difícil acceder.
Los propietarios de los hoteles, alojamientos, restaurantes y chiringuitos reconocen que tuvieron un espléndido verano, económicamente hablando, aunque ya empiezan a avisar sobre las dificultades del otoño.
Sin duda será difícil. O continúa la fuerte inflación o el dinero costará más encareciendo las hipotecas y los bienes que se quieren comprar con financiación. En cualquier caso, disminuirá la renta disponible, que es el factor individual más importante a la hora de tomar decisiones turísticas. La guerra puede empeorar, los gobiernos europeos, sin gas ruso, pueden tomar medidas que dificulten este negocio y los orientales pueden tardar en volver.
Si los mercados emisores encogen, la lucha será por la cuota de mercado. En la experiencia más cercana de una situación que puede ser similar, en los años posteriores a la crisis del año 2008, España mantuvo la suya. Lo previsible es que ahora ocurra lo mismo cuando captemos parte de los 5 millones de británicos que viajan cada año a Estados Unidos, que optarán por viajes más cortos y a destinos donde no se pague con el caro dólar con el que también hay que sufragar el combustible de aviación.
De momento, uno de los datos que mejor suele indicar como será la siguiente temporada: las solicitudes de derechos de despegue y aterrizaje de las compañías aéreas no parecen indicar un temor generalizado al futuro inmediato.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).