Increíble porque es difícil de creer, pero hechos verídicos y vividos en carne propia este mismo fin de semana y que me llevan a reflexionar seriamente si vivimos realmente en una sociedad con los valores suficientes como para que esta prospere o simplemente nos dedicamos a consumir el tiempo y que gane el mejor.

Viernes 5 a. m., me suena el despertador como cada día para ir a trabajar, normalmente voy al paso, pongo la cafetera, me doy una ducha, arreglo cuatro cosas en casa y me tomo el café en la terraza mientras trato de visualizar el día que me espera, hasta las 6:30 a. m. que suelo salir de casa.    

Ese día en concreto, justo al incorporarme para apagar el despertador, siento un pequeño pinchazo en la parte de los riñones, no le doy mayor importancia, me levanto y se agudiza un poco, sigo con lo mío, pero a medida que iban pasando los minutos parecía que aquello más que reducirse iba a incrementarse. Me ducho a una velocidad más rápida de lo normal, me pongo el uniforme, me tomo el café, voy al baño y de repente ya el dolor es muy agudo, nunca antes me había sucedido. Al ver que aquello iba creciendo a una velocidad importante, decido montarme en el coche y salir a urgencias del hospital más cercano, a unos 35 minutos de camino.

Foto: Pixabay

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En el trayecto, al ver que el dolor no disminuía y que cada vez era más fuerte hasta el punto de casi no poder respirar, decido hacer una videollamada con mi mujer que se encuentra a 9.000 km de distancia. En ese momento, sentía que el dolor podía incluso hacer que me desmayara y a duras penas, le transmito mi dolor y hacia donde voy. Lo peor estaba por llegar.

Llego al hospital, bajo del coche, entro andando por urgencias, me dirijo al mostrador y en él, había una chica reclinada en su silla apoyando esta en la pared y hablando con otros compañeros de otra sala contigua, tarda 15 segundos (eternos para mí) en dejar la conversación y preguntarme en qué me podía ayudar. Le comento que tengo un dolor intenso en el costado y por supuesto, poco más puede hacer ella, más que pedirme el seguro y la documentación mientras espero. A partir de ahí entro en la sala de urgencias, me ponen en una camilla, me piden una muestra de orina, me hacen un análisis y me dicen que es un cólico nefrítico y que lo ideal sería que me ingresaran. Hasta aquí bien.

A las 3 horas más o menos de intenso dolor me llevan a la habitación y aparece el doctor que me atendió, por cierto, siempre con una profesionalidad exquisita, dándome detalles de todo lo que iba a suceder y como se iba a actuar con dicho diagnóstico.

Una vez en la habitación, a los pocos minutos me dicen que el seguro no me cubre el ingreso y que si me quiero quedar debo abonar 3.000 dólares. Después de llamar al seguro por parte de las personas oportunas, este me llama, el seguro, y me pide disculpas, sí que lo cubre.

Foto: Pixabay

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Me enchufan el suero, me medican, pero el dolor no baja su intensidad, la primera noche mal, muy mal… poca atención y no suficiente calmante para lo que era el intenso dolor.

Durante el día me visita de nuevo el doctor y me dice que me van a incrementar el calmante y voy a empezar a tomar otro tipo de medicamento que ayude a pulverizar la piedra o expulsarla más rápido.

En lo posterior, me pasa de todo, vías mal conectadas a la vena para el suero, dolor intenso por no colocar correctamente una vía con analgésico y darse cuenta a las dos horas que estaba mal conectado. La segunda noche, la peor de todas, sobre las 5 a. m., llamo 3 veces por el botón rojo, nadie aparece, marco dos veces por teléfono la extensión que me dijeron la última vez que vi a una enfermera y nadie lo coge. Con mucho cuidado vuelvo a marcar la extensión y dejo el audífono descolgado en mi habitación, mientras a duras penas me dirijo a la recepción saliendo de mi habitación, cuando llego, hay una chica sentada y el teléfono que viene de mi habitación sonando frente a ella…. Como cualquier persona puede entender en ese momento me pasan mil cosas por la cabeza, le digo que si va a coger el teléfono y con muy mala educación me contesta que ya me ha contestado 3 veces, que seguramente el contestador está funcionando mal, pero tampoco hizo acto de presencia, lo cual, si hubiese sido un infarto no lo cuento. Vuelvo a mi habitación centrado en mi dolor y al poco rato aparece ella con un tono sarcástico diciéndome que no debo moverme…  ¡¡¡¿perdona?!!!

Foto: Pexels

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El dolor prosigue hasta las 10 a. m. cuando llega el doctor y le explico que es insoportable y le cuento la odisea que estoy pasando. Este me consta que lo traslada y me cambian de habitación, y decide doparme literalmente para que descanse.  Y así sucede, durante todo el día el dolor prácticamente desaparece hasta el punto que yo mismo pensaba que ya había pasado todo. Veía pasar a mucha gente por la habitación, amigos y compañeros de trabajo y todos sin excepción querían cambiarme de hospital, pero yo solo quería terminar, no quería empezar de nuevo con nuevas pruebas, nuevo doctor y seguir en las mismas, quería terminar con el mismo doctor y salir lo antes posible.

La última prueba, y para acabar de poner la guinda, me mandan hacer una tomografía, con contraste, un medicamento muy fuerte que permite visualizar el tamaño y el lugar donde está la piedra. Me explican los efectos secundarios y mi miedo es que el que lo estaba a punto de realizar no lo sepa hacer, pues bien, el líquido se sale por la sonda y antes de hacer la prueba, se va la luz… no hay prueba. ¿Un hospital sin generador de electricidad? En fin, bastante tenía con lo mío. Se repitió al día siguiente.

Por cierto, hasta la última noche, a pesar de haberlo solicitado, no pude, ni siquiera, ducharme porque no había agua en la habitación. Fue tal la presión de mis compañeros y contactos de estos, que poco a poco, vi una mejora considerable en el trato. Pasé el domingo más relajado y el lunes, pocas horas antes de recibir el alta con un tratamiento para los próximos 10 días, me quitan el suero y bastante más relajado, me dicen que puedo pasar por admisión a buscar el alta.
 

Me dicen que tengo que abonar 165 pesos dominicanos correspondientes al termómetro que durante toda la estancia hubo en mi habitación y que si quería me lo podía llevar


Y aquí viene lo más surrealista de la historia, me dan la factura que paga el seguro y me dicen que para darme toda la documentación, incluido mis documentos personales, tengo que abonar 165 pesos dominicanos (3 euros) correspondientes al termómetro que durante toda la estancia hubo en mi habitación y que si quería me lo podía llevar.

No me lo podía creer, traté de hacerle entender a la chica que no es cuestión de pagarlo o no, eso es lo de menos, lo importante, es si son conscientes de lo que es la ética o la vergüenza. A pesar de expresar mi mal estar por la falta de todo, incluido el honor, lo pagué a regañadientes y se lo regalé a una de las enfermeras.

He de decir que después de la llamada de atención, las cosas mejoraron y algunas enfermeras han puesto mucho de su parte para arreglar la situación, como es el caso de Estrella, Rosa y Fina. También, la doctora de planta y, por su puesto, el doctor Juan. Además, me llegó a visitar un doctor que no trabajaba allí, pero conocía a la dirección y quiso saber de mi situación.

Trasladar todo esto a la imagen del destino no es difícil. República Dominicana es un país que vive del turismo y, si ya las cosas están complicadas en nuestro sector turístico hotelero, como para acabar de terminarlo con una situación de necesidad médica de un turista que viene emocionado y con una imagen bondadosa de este país para que se marche con una imagen tan lamentable. No es mi caso, pero tampoco creo, que este, sea una excepción y quizás es hora de hacer una reflexión al respecto antes que sea demasiado tarde.

Lo mejor de todo, es que vuelvo a confirmar que hay gente maravillosa a mi alrededor, que, ante los momentos más difíciles, ya sea lunes, miércoles o domingo, siempre están ahí dispuestos a dejar pasar su tiempo, con los suyos, para apoyarte y dedicarte un tiempo de oro que siempre quedará marcado en mi retina.

 


*Víctor Rocha Cocinero/Articulista/Conferenciante/Defensor De Lo Correcto/Apasionado del sector Servicio y el Turismo. Autor del libro “el Humo que todo lo quema” (Gastronomía y turismo)