El Gobierno de Israel, sus representaciones internacionales y una gran parte de las importantes entidades y asociaciones judías instaladas en todo el mundo, tienen un arma de la que carecen el resto de los estados y organizaciones de todo tipo. Cuando otro gobierno, una entidad pública o privada o un individuo critican cualquier actuación israelita, le cae inmediatamente la acusación de antisemita. La realidad de que, desgraciadamente, el antisemitismo sigue vivo incluso en países como Francia o Estados Unidos, les permite meter en el mismo saco acusaciones justificadas, como cuando se han ultrajado cementerios judíos en varios lugares, con otras que nada tienen que ver con el odio al ‘pueblo elegido’ como los intentos de boicot a la compra de productos elaborados en los territorios ocupados y que son claramente políticas.
El éxito es de tal calibre que en Estados Unidos ni un solo diputado o senador se permite la mínima crítica a Israel ante el temor de que los lobbies proisraelitas financien a sus opositores. El Presidente y el Gobierno siguen disciplinadamente lo que se les indica desde Tel Aviv. En Alemania, en este caso algo comprensible, la disciplina es total y el código penal castiga delitos como la negación del holocausto.
Nuestros políticos, que no cabe duda de que son espabilados, han aprendido que la intimidación funciona y ahora la quieren exportar al mundo del turismo. Creo que ha sido el Ministro Nadal el primero en utilizar la expresión “turismofobia“, otros lo han hecho después, para acusar a los que no están de acuerdo con la posición gubernamental del crecimiento permanente. Se ha empezado acusando de turismofobia a los movimientos de los ciudadanos de los barrios del centro de Barcelona que se ven agobiados no por el turismo, sino por el exceso de turismo, movimientos que ya se han extendido a Mallorca y que inevitablemente llegaran a otros destinos. También se acusa de lo mismo a los que defienden esas posiciones en los medios.
Nada más alejado de la realidad. Todos, incluidos los que participan en esos movimientos, saben que el turismo ha sido el factor más importante en el proceso de modernización de nuestro país en los últimos cincuenta años y que incluso hoy día, aparte de su importante aportación económica, tiene enormes beneficios sociales y humanos. El turismo ha hecho de España un lugar mejor para vivir.
Precisamente por eso son muchas las voces que alertan de que el exceso de turismo en ciertos lugares está ya produciendo efectos adversos como la ocupación del centro de algunas ciudades, expulsando a sus habitantes tradicionales que no pueden competir económicamente. Esto supone el destrozo del tejido social y el consiguiente empobrecimiento de la aportación turística. Los verdaderos defensores del turismo hacen bien en llamar la atención sobre cómo algún tipo de turismo perjudica no solo a los habitantes del destino, sino también a los turistas que deseamos.
Hoy día, ya han desaparecido las críticas a Benidorm y a otros destinos similares que han demostrado como se pueden manejar cifras muy altas de visitantes cuando desde el principio se ha planificado de esa manera y la población local solo obtiene beneficios . A los que antes criticaban a Benidorm , y eran muchos especialmente entre los intelectuales, nadie los acusó de “turismofobia”, que hubiera sido una acusación más justificada que la actual a los que denuncian los excesos y en muchas ocasiones defienden un turismo más de acuerdo a nuestros intereses. A lo mejor resulta que los que tienen “turismofobia” son los otros.