En los últimos días hemos escuchado insistentes preavisos de una posible erupción volcánica en La Palma, una isla- volcán que vivió sus últimas erupciones en 1971. En aquel año, la Isla Bonita, contaba con 73.749 habitantes censados y aproximadamente 2.500 turistas extranjeros llegaron por vía aérea (la isla estrenó aeropuerto en 1970). Ayer, a un mes de cumplirse el medio siglo desde aquella erupción del Volcán de Teneguía, sucedió la anunciada nueva explosión volcánica. Sin embargo, en la actualidad, la isla cuenta con más de 85.000 habitantes y 259.000 turistas al año (según AENA).
Los buques AIDANova, AIDAMira, AIDABella y Mein Schiff Herz se encuentran anclados de forma indefinida en diferentes puertos de Canarias y podrían alojar a más de 12.000 personas.
A lo largo de las primeras horas de erupción, los balances informan de 5.000 desplazados. Muchos de ellos se han instalado temporalmente en casas de familiares de otras zonas de la isla, otros tantos en hoteles y muchos otros en cuarteles militares y polideportivos habilitados con urgencia para tal propósito.
Sin embargo, el sector turístico —una industria muchas veces ignorada y, otras tantas, menospreciada y despreciada por la población local de los destinos vacacionales—, ya ha demostrado en diversas ocasiones su capacidad y flexibilidad para ofrecer ayuda en situaciones de crisis. Sin ir más lejos, muchos fueron los hoteles que, durante los meses más duros de la pandemia de Covid-19 ofrecieron sus instalaciones para alojar a personal sanitario o para ser utilizados como lugares de concentración y aislamiento de personas contagiadas, un ofrecimiento que se repitió en numerosos lugares del mundo.
Ahora, en la isla canaria de La Palma, con apenas 1.875 plazas hoteleras, se recurre de nuevo al sector de las vacaciones para acoger a algunas de esas personas que han tenido que abandonarlo todo a la espera de saber qué hogares y qué fincas son “perdonadas” por la colada de lava que baja por las laderas de las montañas. De hecho, ya la cadena hotelera Princess Hotels & Resorts está recibiendo a personas desplazadas.
Pero el sector turístico aún cuenta con un ‘as en la manga’ a la hora de arrimar el hombro en una situación de catástrofe natural como es el caso: los cruceros. Y es que desde el año 2020, propiciado por la pandemia, son muchos los que se hallan atracados o fondeados en diferentes lugares de la geografía española esperando la reactivación definitiva del negocio. Sin ir más lejos, los buques AIDANova (capacidad máxima para 6.600 pasajeros) y AIDAMira (1.727), de la naviera alemana AIDA; y el Mein Schiff Herz (1.912), de TUI Cruises, se encuentran anclados de forma indefinida en la zona de fondeos del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Por su parte, el AIDABella (2.050 pasajeros) se encuentra anclado desde comienzos de la pandemia en la bahía de Las Palmas de Gran Canaria. En este sentido las autoridades y las navieras podrían llegar a un acuerdo para utilizar estos "hoteles flotantes" y sus más de 12.000 camas como solución alojativa.
Y es que, solo en el muelle de Santa Cruz de La Palma se podrían “instalar” como mínimo tres hoteles flotantes de estas dimensiones, ofreciendo la posibilidad de multiplicar por tres o cuatro la actual capacidad alojativa turística de la isla y ofrecerla a todas aquellas personas afectadas por este espectacular, pero a la vez destructor evento de la naturaleza. En caso de producirse, sería una situación de beneficio mutuo en la que los damnificados por la erupción estarían refugiados con comodidad y la industria de cruceros tendría la oportunidad de "humanizar" su imagen.