Opinión
Los cruceros en Palma
El crucero no es una forma sostenible de viajar y España es uno de los países más afectados por las externalidades negativas
Asociaciones vecinales y ecologistas han pedido al Govern Balear y al Ayuntamiento la limitación de la entrada de cruceros en el puerto de Palma, uno al día y con un máximo de cuatro mil pasajeros y que la zona sea declarada “área de control de emisiones“.
Inmediatamente, diversas patronales rechazaron la propuesta negándose a cualquier limitación y recordando el gasto que realizan localmente los visitantes de cruceros.
El apoyo a los vecinos de personalidades de la Mallorca ha dado mayor visibilidad a su posición. Estos han sabido leer un sentimiento cada vez más extendido sobe la necesidad de una mayor regulación de ese sector que, al realizar la mayor parte de su actividad en aguas internacionales, puede eludir ciertas responsabilidades.
Mientras que los segundos han dado prioridad a sus intereses particulares- y según ellos, a los de toda la Isla por el aumento de los ingresos fiscales- .
El asunto está de actualidad debido al choque del barco MSC Opera con otro pequeño en el Canal de la Giudeca en Venecia, que motivó manifestaciones populares pidiendo la prohibición de que transiten por dicho canal; a la amenaza de la UNESCO de retirar a la ciudad el estatuto de Patrimonio de la Humanidad si no toma medidas; a la sentencia de una juez de Florida condenando a Carnival, el mayor operador de cruceros a nivel mundial, a pagar veinte millones de dólares de multa por vertidos irregulares en el mar tras una anterior por idénticos motivos en 2017 por importe de cuarenta mill.; y al informe de Transport&Environmentment que asegura que los doscientos tres cruceros que circulan por aguas europeas emiten diez veces más cierto tipo de gases cancerígenos que los doscientos sesenta millones de automóviles , y que seguirá siendo mayor incluso tras la puesta en marcha de la Directiva Europea el próximo año que limitara dichas emisiones.
El sector replica con los datos de gastos de los turistas que desembarcan y con sus esfuerzos por limitar esa contaminación con el uso de gas licuado y de paneles solares, por ejemplo, como se señala en los informes anuales sobre sostenibilidad medioambiental realizados por el principal y eficaz lobby del sector CLIA Cruise Lines Association.
El sector se enfrenta a un problema serio: el envejecimiento de su clientela habitual carente de preocupaciones medioambientales y la necesidad de captar a generaciones más jóvenes mucho más exigentes en este campo, algo necesario puesto que, además, pretenden seguir creciendo a buen ritmo: 24 nuevos barcos empezaran a operar el próximo año. La fuerza política de las formaciones verdes y el sentimiento generalizado en la opinión pública europea respecto a los temas ambientales juega en su contra.
El crucero no es una forma sostenible de viajar y España es uno de los países más afectados por las externalidades negativas al carecer de la protección ambiental del Báltico o del Mar de Norte. El uso de su propio equipamiento durante las escalas para el servicio de comidas y entretenimiento, basado generalmente en el fuel oil pesado y no en la electricidad que podría ser ofrecida localmente si existieran las instalaciones necesarias es una de las críticas más sensatas.
Diez millones de pasajeros llegaron o salieron de puertos españoles el pasado año; de ellos, unos dos millones eran turistas que pernoctaron al menos una noche, el resto solamente fueron visitantes. Dos mill. sobre 82 no es un gran porcentaje y lo mismo podría decirse de Mallorca cuyo puerto recibió el pasado año un millón seiscientos mil pasajeros, de los cuales solo un pequeño porcentaje pernoctó en Mallorca, es decir fueron contabilizados como turistas, pero sus efectos en el medio ambiente son importantes.
Los críticos señalan como uno de los problemas el hecho de que el fuel que utilizan –como el aéreo- no paga impuestos, lo que retrasaría la evolución hacia combustibles más sostenibles.
Son varios los estudios que señalan a Barcelona – el doble de pasajeros que Palma pero muchas más pernoctaciones– y la propia Palma como dos de las ciudades más afectadas negativamente por este rápido crecimiento de los últimos años.
No parece un acierto afirmar que no se deben poner límites al crecimiento de los cruceros. Aunque no aceptaran, de inicio, las posiciones los asociaciones vecinales, las autoridades deberían iniciar rápidamente los correspondientes trabajos – por supuesto dando audiencia a los representantes del comercio y del taxi- para determinar la capacidad de carga de esta ciudad en este campo, los ingresos reales que se obtienen y los gastos que generan, especialmente los medioambientales y las consecuencias sobre la estabilidad de la comunidad local.
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