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Aunque van vestidos de manera correcta, están aseados y llevan maletas en los carritos como cualquier turista, ningún destino los espera. Dan vueltas en una terminal aérea donde ven despegar aviones en los que jamás se subirán. Ninguno de ellos es Mehran Karimi Nasseri, refugiado iraní que vivió en el aeropuerto parisino, Charles de Gaulle, entre 1988 y 2006; historia que luego protagonizó Tom Hanks en la película de Steven Spielberg , ‘La Terminal’.
Algunos aeropuertos españoles dan cobijo a personas sin hogar. Allí han encontrado un techo, baños limpios, calefacción e Internet gratis, al menos 15 minutos al día. Entre la algarabía de los viajeros que llegan y se marchan, ellos intentan pasar desapercibidos. Sobreviven como pueden desde el anonimato y, en ocasiones, se sientan en alguna de las cafeterías, abiertas las 24 horas, para aprovechar los restos de comida y bebida que algún turista dejó atrás.
La prensa cuenta muchos casos de personas que por una u otra razón se han refugiado en las terminales aéreas para sobrevivir. Es el caso del germano René Becker, quien vivió siete años en el aeropuerto de Palma (Mallorca). Muchos turistas le ofrecían comida y otros le daban una propina por retratarse junto a él. En agosto del 2014, se tumbó en un banco de la terminal de salidas y no se despertó. Le decían ‘el Barbas’, tenía 61 años y nadie se percató de que hacía 6 horas que había muerto. Becker era ingeniero civil y su carácter afable había despertado la simpatía de casi todos los trabajadores. Tal vez algún empleado de Son Sant Joan todavía lo eche de menos.
Sin billete de salida
Como en tantos aeropuertos de la geografía española, en el Reina Sofía (sur de la isla de Tenerife), unas ocho personas sin hogar viven de manera permanente en sus instalaciones. Algunos son vecinos de la isla y otros, extranjeros que, por un motivo u otro, nunca se marcharon. Aena explica que la terminal es un espacio público y, siempre que no se altere el orden o se produzca una situación de insalubridad, pueden permanecer allí. El protocolo, en el caso de los ciudadanos de otros países, consiste en ponerse en contacto con los consulados, y con los servicios sociales de Granadilla de Abona, si son españoles.
Cáritas Diocesana de Tenerife ofrece a los ‘habitantes’ del aeropuerto Sur acompañamiento personal, un seguimiento del estado de salud y conectarlos con los recursos sociales disponibles. José Antonio Díez, coordinador de Inclusión Social de la Diócesis tinerfeña, explica que estas personas están “en modo supervivencia” y encuentran en este recinto los servicios básicos de aseo, asistencia sanitaria y sobre todo, un techo seguro donde cobijarse. Allí suelen conseguir recursos económicos que van desde una propina por llevar las maletas hasta una limosna.
Díez insiste en que Cáritas intenta reconectarlos con la sociedad, pero muchos prefieren no romper esa zona de confort que han construido dentro de la instalación aeroportuaria. Algunos tienen una avanzada edad y una larga trayectoria como personas sin hogar. No cuentan con apoyo familiar, sufren, en algunos casos, patologías mentales y casi todos alguna dolencia física. El 70% son pobladores de las islas, con antecedentes de alcoholismo o drogodependencia.
En el aeropuerto de Gran Canaria se repite la historia. En el mes de febrero, la prensa local hablaba de unas 30 personas que buscaban refugio cada noche en la terminal de Gando, y de unas 7 u 8 que no abandonaban las instalaciones en todo el día. Aena y la Delegación del Gobierno contactaron con los ayuntamientos de Telde e Ingenio (a los que corresponde el territorio ocupado por la instalación aeroportuaria) para alertar a sus servicios sociales sobre esta situación. Pero, como no estaban empadronadas en ninguno de los dos municipios, ambos consistorios se vieron ‘atados de pies y manos’. Incluso, si hubiesen llevado a cabo alguna acción podrían haber incurrido en un delito por quebrantar la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, que dice que “solo se le puede dar ayuda social a los empadronados”.
A día de hoy, los datos sobre cuántas personas continúan viviendo en esta terminal de la capital grancanaria y qué acciones de ayuda se llevan a cabo por parte de las administraciones públicas y las organizaciones de carácter social, son prácticamente inexistentes. Dos trabajadores del aeropuerto aseguran que efectivamente siguen viviendo allí, que la mayoría son extranjeros y otros españoles; algunos padecen algún tipo de patología mental, provocada tal vez por el consumo de drogas y alcohol.
“Conocí a un señor canario, alcohólico que en su día fue un hombre con una vida normal; incluso, tenía una pensíón pero él vivía en el aeropuerto, comía en la cafetería y no molestaba a nadie”, cuenta una empleada de Gando, y luego asegura que “había otro que era un enfermo mental e iba de un lado a otro con sus maletas y nos preguntaba si podía dejar su curriculum, que él quería trabajar. Intentábamos ayudarlo dándole algo de comer, pero luego nos prohibieron hacerlo. Es triste verlos coger cosas de la basura”.
Otro trabajador habla de alrededor de 19 personas que van y vienen, y de unas 7 u 8 que están permanentemente allí, sobre todo en invierno. “La gran mayoría son extranjeros, algunos con problemas psiquiátricos. A veces se pelean y la policía tiene que intervenir. Generalmente se comportan de manera correcta e, incluso, tienen recursos económicos, pero no quieren marcharse. Recuerdo el caso de una chica embarazada que estuvo a punto de dar a luz en el baño. Se negó a que la ayudaran y al final las autoridades y los servicios sanitarios intervinieron y tuvo el bebé en el hospital”.
Fuentes gubernamentales consultadas por Tourinews nos confirman que en Gran Canaria no se están llevando a cabo acciones concretas de ayuda, algo que evidentemente sí ocurre en la isla de Tenerife. Desde la sede de Cáritas Diocesana de Canarias aseguran que, puntualmente, alguna parroquia ha brindado ayuda a estas personas, pero actualmente no les consta que se esté ejecutando un plan concreto de asistencia. Ignorados por las administraciones, los ‘sin techo’ han encontrado entre el ruido de despegues y aterrizajes, un lugar donde hacerse invisibles, un refugio seguro desde donde observan, callados, el constante ir y venir de viajeros.