Opinión
Una crisis turística que empieza por i
El sector turístico canario puede convertirse en un ejemplo de know-how y de transferencia de conocimiento
El nuevo coronavirus SARS-CoV-2, causante de la COVID-19, ha generado una crisis global sin precedentes, con repercusiones a corto, medio y largo plazo sobre el turismo. Este es el sector económico que primero padeció los efectos de esta pandemia mundial, está siendo el más afectado durante el confinamiento de la población, llegando prácticamente a un cero turístico, y todo apunta a que será el último en salir de la misma y volver a una situación de relativa normalidad.
Tras cuarenta días de confinamiento, hemos comprobado que esta crisis se caracteriza por términos que empiezan por i-. Estos nos sirven para sistematizar y sintetizar una serie de reflexiones y propuestas susceptibles de implementarse durante el proceso de postconfinamiento (la denominada “desescalada”) y antes de la difusión de la vacuna, la cual marcará un punto de inflexión y, posiblemente, el fin de la crisis sanitaria. Las Islas Canarias serán utilizadas como ejemplo, al tratarse de uno de los principales destinos turísticos vacacionales de litoral de Europa; prueba de ello es que en 2019 ocupó el primer puesto en el ranking de pernoctaciones en establecimientos turísticos de no residentes de las 272 regiones NUTS 2 de la Unión Europea.
Impredecible
A principios de este año, la Organización Mundial del Turismo estimó un incremento de entre 3-4% en los viajes a escala mundial. Por su parte, la Alianza para la Excelencia Turística (Exceltur) planteó un crecimiento de resultados del 3,1% en España. Por tanto, nadie imaginaba lo que iba a suceder después de que el 31 de enero de 2020 se conociera el primer paciente registrado en España con la COVID-19. La toma de decisiones tan radicales como las tomadas con el primer decreto de alarma (14 de marzo) antes de la ocurrencia efectiva de la pandemia, declarada como tal por la Organización Mundial de la Salud el 11 de marzo, se hubieran calificado de “extremista” y “catastrofista”, con una severa crítica por paralización de la economía de un país o región. Muestra de ello es que la Asociación Europea de Turoperadores emitió el 25 de febrero de 2020 un comunicado de llamada a la calma a sus agencias asociadas explicando que “el brote de coronavirus de China de momento se mantiene como una amenaza ´remota` para viajeros en Europa”. A su vez, la Asociación Corporativa de Agencias de Viajes solicitó el 29 de febrero al Ministerio de Sanidad del Gobierno de España que rectificase ante su recomendación de no viajar a Italia al estar provocando una oleada de cancelaciones. Igualmente significativo es el hecho de que la ministra de Hacienda del Gobierno de España confirmaba en la prensa del 7 de marzo que Canarias iba a quedar exenta del nuevo impuesto ambiental al queroseno del transporte aéreo.
Inédita
Si bien la paralización de la llegada de turistas es relativamente habitual en los destinos estacionales, no lo es en aquéllos en los que la afluencia no se concentra temporalmente, repartiéndose de manera relativamente homogénea a lo largo del año. Según datos del Instituto de Estadística de Canarias (ISTAC), los establecimientos de alojamiento turístico registraron 4,2 millones de pernoctaciones en marzo 2020, lo que supone una disminución del 53,5% respecto a las del mismo periodo del 2019. Habrá que esperar los datos de abril para evidenciar dicha paralización, pues las medidas del primer decreto de alarma (17 de marzo) implicaron la limitación de vuelos y el cierra inmediato de las 423.125 plazas regladas de los 1.807 alojamientos turísticos registrados. Este cero turístico constituye un acontecimiento histórico en Canarias.
Internacional
La escala geográfica de los conflictos que han generado crisis de destinos ha sido habitualmente local, afectando a un área o país concreto. Esto ha dado lugar a “movimientos isostáticos”, que han beneficiado a otros destinos. Así, los problemas derivados de la denominada “Primavera Árabe” contribuyó a que Canarias presentase un crecimiento constante del número de turistas desde el año 2009 hasta alcanzar su record histórico en 2017 (15.975.510). Sin embargo, tales mecanismos de equilibrio no se dan en estos momentos, al tratarse de una crisis mundial que afecta a todos los destinos turísticos, provocando una paralización prácticamente simultánea.
Sin embargo, la recuperación geográfica será asimétrica. Esto se debe a que dependerá no sólo de las restricciones y mejora de las condiciones locales (en el destino), sino de las de origen de los viajeros. De esta manera, la llegada de turistas se irá produciendo escalonadamente según países, e incluso, zonas concretas. A esto deberemos las añadir las secuelas económicas y sociales derivadas de la crisis sanitaria. Estas pueden modificar los segmentos de las personas que puedan viajar en función de su poder adquisitivo, predisposición al miedo o, incluso, de inmunidad frente al virus. Además, deberemos considerar la pérdida de la demanda compuesta por aquellas personas que, aunque quieran y puedan viajar, se le impedirá hacerlo si carecen de alguna de las propuestas planteadas, como el carnet de inmunidad a la COVID-19. Por tanto, veremos una recuperación secuencial para distintos segmentos de la demanda.
Inducida
En la medida en que se trata fundamentalmente una crisis sanitaria, el confinamiento de las personas, la paralización de las actividades económicas y el cierre de fronteras son los factores que impiden el desplazamiento de turistas. Por tanto, se trata de una crisis demanda, con la consiguiente repercusión sobre la oferta. Por tanto, no se trata de una crisis del modelo de los destinos.
Prueba de lo anterior es que, a pesar de las restricciones, la falta de certeza y el miedo al contagio, las encuestas de intención a viajar ―también las reservas― muestran una predisposición de los turistas a pasar sus vacaciones en Canarias. La realizada por la Asociación de Transporte Aéreo Internacional indica que el 61% de los encuestados están dispuestos no esperar más de un mes o dos para volver a coger un vuelo.
Lo anterior determina que los planteamientos de aprovechar esta parada para reinventar, reestructurar, renovar o cualquier otra actuación “r” que implique cambios sustanciales de los modelos turísticos, no parecen los que ahora precisan los destinos. Otra cuestión es aprovechar el cero turístico para afrontar acciones de reciclaje y formación del personal, así como acometer actuaciones de renovación de los alojamientos y equipamientos de servicios y ocio. No obstante, debemos tener en cuenta que estas actuaciones son relativamente complejas de acometer para los agentes que no las tengan programadas, sobre todo, considerando que el tiempo necesario para redactar el correspondiente proyecto y completar los preceptivos procedimientos administrativos puede solaparse con el momento en el que se deben las circunstancias para la apertura.
Inseguridad
El turismo implica encuentros y contactos físicos entre personas (visitantes y anfitriones). Son los elementos que precisamente ahora se prohíben o evitan para controlar la propagación del SARS-CoV-2. Esto hace que el lema The end of tourism as we know it, que articuló el Plan Estratégico de Turismo 2020 de Copenhague (Wonderful Copenhagen, 2017) y que parecía demasiado aventurado, se convierta, en cierta medida, en una realidad. Se trata de un punto de inflexión, que viene definido por una serie de cambios coyunturales. Si bien éstos se mantendrán hasta que disminuya el riesgo de contagio del COVID-19, en su mayoría, acabarán convirtiéndose en estructurales como sucedió con los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Tales cambios se refieren, en esencia, al reforzamiento de la seguridad sanitaria y médica de los destinos, hasta el punto que ésta acabará añadiéndose a otras (seguridad fiscal, jurídica, informativa, económica, ciudadana, alimenticia, etc.) ya exigidas en los mismos. Se trata, por tanto, de añadir una dimensión a las estrategias de desarrollo sostenible: la sostenibilidad sanitaria.
Desde este punto de vista, las actividades y servicios capaces de adaptarse a las nuevas exigencias y condiciones de bioseguridad ante la COVID-19 serán las primeras en reposicionarse en el destino; lo mismo sucederá con las que ya tengan una buena reputación entre los clientes, así como las que cuenten con la confianza de los turoperadores y Online Travel Agencies (OTAs). Para ello, expertos y empresarios han propuesto procedimientos, medidas y comportamientos de bioseguridad, higiene y distanciamiento físico susceptibles de implementarse en la cadena de valor y, por tanto, en la totalidad de actividades y servicios prestados a lo largo del ciclo del viaje del turista. Se trata de introducir novedades, bien modificando elementos ya existentes con el fin de mejorarlos, bien implementando otros nuevos. Estas acciones van desde la generalización de métodos de activación no táctiles y sistemas digitales no presenciales de facturación y autocheck-in/out, a la implantación de medidas preventivas (mamparas protectoras, uso generalizado de mascarillas, guantes y geles desinfectantes, tratamientos de ozono, etc.) y de detección (escáneres térmicos, test masivos de anticuerpos, etc.). Asimismo, supone aplicar protocolos y formas de limpieza y desinfección, con las consiguientes acciones de formación del personal. Los expertos también vaticinan la reorganización de los espacios físicos y procesos; así, por ejemplo, se plantea la definición de los bufés de desayunos (con servicios a la carta y la potenciación del room service) y de los restaurantes, con la compartimentación de los espacios o la reducción de los aforos para mantener la distancia física social.
Innovación
Desconocemos si el escenario turístico posconfinamiento supondrá un cambio de paradigma o, por el contrario, será de recuperación, sin cambios sustanciales, en la medida en que, como sucede en el microrrelato de Augusto Monterroso: “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”; todo dependerá del tiempo recuperación y de la capacidad de adaptación y resistencia de las empresas turísticas. En el primer caso, habrá que promover cambios hacia una modelo más competitiva (productiva), equitativa y responsable socialmente y más intensiva en la utilización de conocimientos. Sin embargo, todo apunta a que la situación se normalizará cuando se generalice la medicación y, sobre todo, la vacuna de la COVID-19. El problema es que en ese momento, posiblemente todo habrá cambiado, estando obligado a afrontar modificaciones sustanciales y estructurales. En ese momento, no debemos obviar que una transformación estructural no se produce en un período corto y medio plazo. En cualquier caso, quizás sería conveniente aprovechar esta paralización, a modo de catarsis y reflexión, para replantear dicho modelo desde los principios, límites y múltiples dimensiones del paradigma de la sostenibilidad. Además, algunos cambios estructurales que se insinuaban o estaban en desarrollo, en diferente grado, se van a acelerar, sobre todo, a aquellos vinculados con procesos de renovación, innovación y creación. Del mismo modo, habrá que adaptar y rediseñar la experiencia de turista, así como plantear campañas de microsegmentación motivacional. Para ello será necesario disponer de la data sciencie y la business intelligence, que permitan conocer las nuevas preferencias, necesidades, comportamientos, actitudes, expectativas, patrones geográficos de movilidad, pautas de consumo de productos y servicios, etc.
Imprevisible
Una de las características fundamentales de esta crisis sanitaria es el desconocimiento del coronavirus SARS-CoV-2 y de la enfermedad. Esta falta de información ha generado una situación de elevada incertidumbre antes, durante y después de los confinamientos. Así, resulta difícil saber, entre otras cuestiones, cuándo se abrirán las fronteras, cómo van a reaccionar los mercados emisores, quiénes podrán viajar por razones económicas, sanitarias, etc., o cuáles serán las regulaciones nacionales. Esta explica ―y, en cierta medida, justifica― los cambios constantes de criterios y las opiniones inciertas.
A pesar de ello, una vez superado el shock de la primera alarma decretada en España, una serie de consultoras y centros de investigación (entre otros, Organización Mundial del Turismo, Deloitte Consulting, KPMG/CEOE, DNA, Bain & Company/EY, Exceltur, Randstad Research, Biosphere Responsible Tourism, Instituto Universitario de Investigación de Inteligencia e Innovación Turística de la Universidad de Málaga, ISTAC e Instituto Universitario de Investigaciones Turísticas de la Universidad de Alicante) han elaborado informes. Estos contienen escenarios temporales y simuladores de impacto, así como propuestas de estrategias y actuaciones. Sin embargo, la mayoría de estos planteamientos y prospectivas no dejen de ser meros ejercicios teóricos, derivados de simples intuiciones y elucubraciones voluntaristas.
Dicha incertidumbre también explica que la respuesta de lo público ha sido reactiva. La mayoría de los destinos han pasado de diseñar campañas de promoción de la seguridad de los destinos cuando surgieron los primeros contagios, a, durante los confinamientos, repatriar turistas, desarrollar campañas de reforzamiento del branding de sus marcas turísticas y, en muchos casos, redefinirse como “destinos sanitarios seguros” o “COVID Free”. Seguramente, tras el confinamiento, cada destino/área turística intentará atraer al mayor número de turistas, utilizando cualquier estrategia, incluida las políticas agresivas de descuentos, que podrían generar un círculo vicioso de precios ajustados y menor calidad-diferenciación. Un ejemplo es que el gobierno regional de Sicilia aprobó a finales de abril un presupuesto de unos 50 millones de euros para subvencionar la mitad del precio de los billetes de avión, un tercio de la factura de hotel y regalar boletos para actividades por parte de los turistas.
Lo mismo ha sucedido con las opiniones de las autoridades políticas, que, al poco tiempo, eran rebatidas. Un ejemplo ilustrativo de ello es el siguiente: mientras Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, desaconsejó el 11 de abril hacer reservas de vacaciones para el verano ante la imposibilidad de hacer pronósticos fiables sobre los efectos de la pandemia, Thierry Breton, el comisario de Mercado Interior e Industria, declaró diez días después que dicha Comisión confiaba en que los europeos pudieran retomar los viajes este verano. Lo mismo sucede a escala local: los presidentes de Canarias y Baleares solicitaron el 16 de abril que los puertos y aeropuertos fueran "las últimas infraestructuras en recuperar la actividad" en ambos archipiélagos, de modo que reabrieran "al final de la desescalada y no antes" (La Provincia, Diario de Las Palmas); el Presidente de Canarias admitió el 21 de abril que “las Islas no pueden aguantar hasta final de 2020 sin abrir los hoteles” (Periódico El Día).
A pesar de estos lógicos vaivenes, improvisaciones, imprecisiones y reacciones, consecuencia de la incertidumbre que caracteriza a esta crisis sanitaria, el sector turístico necesita y exige medidas proactivas o, cuando menos, preactiva, dada lo cambiante de la situación. Esto parece que está ocurriendo tras cuarenta días de cuarentena. Así, comienzan a plantearse políticas, programas, planes y proyectos dirigidos a la adaptación del destino al escenario postconfinamiento sin vacuna, con el fin de lograr su reposicionamiento competitivo cuando se reabran las fronteras y se active la movilidad, fundamentalmente aérea.
En cualquier caso, Canarias ha demostrado una importante capacidad de reacción. El confinamiento del Hotel H10 Costa Adeje es un ejemplo de gestión del riesgo. Lo mismo que el proceso de realojo y repatriación de los turistas por parte del sector público y privado tras el primer decreto de confinamiento.
Inmovilidad
El turismo implica necesariamente el desplazamiento de personas a los lugares; supone la reivindicación de la presencia en los sitios para desarrollar actividades, que disfrutar de experiencias, que le generen sensaciones y emociones. Por tanto, supone una puesta en valor in situ de los recursos del territorio. Con la COVID-19 se ha producido una paradoja: si la globalización, el modelo low cost de viajar y el desarrollo de la economías de la aglomeración son algunos de los factores explicativos del importante desarrollo del turismo masivo de masas en la última década, también son los inductores de su actual paralización, al ser los principales vectores de propagación mundial del SARS-CoV-2. Por ello, la paralización de los vuelos comerciales no sólo ha sido una medida esencial durante el período de confinamiento, sino que va a ser la pieza fundamental que va a articular la secuencia de reactivación de la demanda turística. Así, la reactivación de los vuelos comerciales será una condición sine qua non para la recuperación turística. Para ello, la implantación de sistemas de control biosanitarios mediante test masivos y rápidos en origen y en destino será una medida imprescindible.
El hándicap radica en saber si el sector de la aviación será el mismo que el que existía con anterioridad a la crisis sanitaria, sobre todo, teniendo en cuenta que ya se encontraba inmerso en un proceso de reajuste. Lo más seguro es la modificación del modelo de negocio aéreo pre-crisis, especialmente, el de las compañías low cost ―que, en gran medida, explica los procesos de masificación de los destinos en la última década―, ya no sólo por el incremento de los precios, sino por la disminución de las capacidades de los aviones ―debido al distanciamiento físico― y el incremento de los tiempos de facturación-embarque-desinfección del avión y vuelta a despegar, cuestiones básicas del mismo.
Impactos negativos severos
La COVID-19 no solo ha puesto en evidencia la elevada vulnerabilidad del sector turístico, sino la concepción sistémica de los destinos turísticos; de este modo, siguiendo el principio aristotélico de sistema, su estructura se sustenta en las múltiples interrelaciones entre sus elementos. Canarias no está exenta de esta premisa, debido a su dependencia del turismo. Según el Estudio de Impacto Económico del Turismo Impactur Canarias 2018, elaborado por Exceltur, la actividad turística contribuyó con un 35% al PIB de Canarias, creando 343.899 empleos, el 40,4% del total regional. Tomando como referencia estas cifras, el impacto de la COVID-19 está siendo muy severo. Según datos del ISTAC, la caída de afiliaciones a la Seguridad Social en marzo fueron de 20.083 en la hostelería, 10.927 en el comercio y 5.952 en la construcción; estos tres sectores aglutinan el 62,4% del total de afiliaciones perdidas. Estos datos se explican porque la hostelería (32,1%) y el comercio (25,9%) concentraron el mayor número de expedientes de regulación temporal de empleo (ERTEs) presentados tras el primer decreto de alarma. Además, según la Asociación de Municipios Turísticos de Canarias, el 40% de las 26.267 solicitudes de ERTE proceden de alguno de los trece municipios turísticos de Canarias; esto supone el 37,5% de los 195.183 trabajadores afectados.
A lo anterior debemos añadir el efecto sinérgico del turismo en Canarias: por cada 100 euros de valor añadido generado en las ramas en contacto directo con el turista se aportaron 50,7 euros en otros sectores; a la vez, por cada 100 empleos creados directamente en el turismo, se generaron 38,7 en otras ramas de actividad. Esta debilidad debe convertirse en la oportunidad de la recuperación, por el efecto multiplicador del turismo. Por tanto, su reactivación es la clave para la evitar los efectos negativos, directos, indirectos e inducidos, de la crisis post-confinamiento.
Indefinida
La gravedad de los efectos de la crisis turística dependerá del tiempo de la recuperación. Los episodios víricos producidos a escala local o nacional han tenido una recuperación el plazos relativamente cortos; así, por ejemplo, mientras Malasia incrementó un 48,5% la llegada de turistas un año después de que el virus del SARS afectase en 2003 al sudeste asiático, México logró registros históricos de llegada de turistas en 2011 tras la afección de gripe H1N1 en 2008.
La paralización turística de Canarias fue prácticamente inmediata. Sin embargo, la recuperación se prevé muy lenta, con independencia de que la forma sea de U, L o W. La encuesta realizada por el Observatorio Turístico de Canarias indica que el 74% de los hoteles no saben la fecha de reapertura, pero se intuye que no será antes de tres meses. Esto va a suponer un importante retraso en la activación de la cadena de suministros, con el consiguiente impacto sobre la economía. Así, las previsiones del Banco de España son preocupantes: mientras que un confinamiento de ocho semanas implica un retroceso del PIB del 9,5 %, seguido de un rebote mayor, del 6,1 % en 2021, uno de 12 semanas supondría una caída sin precedentes del 13,6%.
La supervivencia de las empresas turísticas dependerá de su liquidez y, por ende, de la relación endeudamiento-rentabilidad. La paralización de los activos supondrá alargar la ausencia de ingresos. Esta situación se va a agravar con los gastos derivados los reembolsos de reservas, el mantenimiento de los activos, el pago de las franquicias, contratos de arrendamiento, de explotación, de gestión o similares, etc. Exceltur estima unas pérdidas de 12.655 millones de euros en Canarias si la desescalada se alarga hasta finales de este año.
Esto explica la situación de vulnerabilidad social que se va a generar durante y, sobre todo, tras el confinamiento. La Encuesta de Competencias Financieras del Banco de España de 2016 indica que el 23% de los hogares canarios, en los que se integran unas 483.000 personas, carece de los recursos económicos suficientes para sostener sus gastos más de un mes en caso de perder la fuente de renta principal. Determinadas organizaciones no gubernamentales alertan ya del aumento de personas que solicitan ayuda ante esta situación; sólo en Tenerife, Cáritas ha recibido en marzo más de 2.800 peticiones urgentes, de las que 320 fueron nuevas. Asimismo, las PYMES de hasta 50 empleos concentran el 98,1% de los ERTE, de las cuales el 75% son empresas de entre 1 y 5 empleados.
Irreversible
En las últimas décadas, el turismo de masas se ha vuelto masivo. Según datos del ISTAC, Canarias recibió 15.110.866 visitantes que Canarias en el año 2019. Sin embargo, el escenario turístico de postconfinamiento descrito y, sobre todo, la insularidad, harán que la secuencia de recuperación de la demanda planteada y repetida de primer turismo doméstico o de proximidad, luego el nacional y, por último, el internacional, sea viable en los destinos continentales, pero no en los canarios o balear. Dada la dependencia en exclusiva del transporte aéreo, ello se debe a que el turismo local se circunscribirá a los residentes en la misma isla y, en el mejor de los casos, a los de otros espacios insulares, cuando se disponga de una segunda residencia o de las “islas verdes”.
A esto hay que añadir que, a corto y medio plazo, habrá un cambio de paradigma del turismo masivo de masas. Así, del overtourism y la turisfobia se pasará a la búsqueda de las experiencias individuales, la exclusividad y los planteamientos de desaceleración turística (degrowth). Si bien esto puede ser una oportunidad para el alquiler vacacional y el turismo rural, debemos señalar que la actividad generada en el espacio ocupado por las áreas turísticas de litoral (el 1,76% de la extensión total de Canarias) es la que tiene la suficiente capacidad, directa, indirecta e inducida, para dinamizar la economía canaria.
Ambas cuestiones se plantean como amenazas para el sector turístico canario, al imposibilitar que, a medio plazo, se puedan alcanzar los niveles cuantitativos de afluencia turística previos a la crisis sanitaria. Esto dificultará la recuperación del destino, ya que gran parte de su éxito se sustenta en economías de aglomeración y modelos de negocios que resultan viables por encima de determinados umbrales cuantitativos; según datos del ISTAC, el funcionamiento del sector turístico canario en 2019 se sustentó en una afluencia media mensual de 1.253.062 turistas. Con una demanda limitada a un espacio insular,
Por consiguiente, la demanda limitada a cada espacio insular genera el riesgo de que no se abran alojamientos, en la medida en que los principales indicadores del negocio turístico y de la rentabilidad empresarial (número de pernoctaciones, estancia media, índices de ocupación, tarifa media diaria, ingreso medio diario por habitación disponible y ocupada, etc.) no van a alcanzar los umbrales mínimos. Ello es susceptible de generar un escenario darwiniano ―de selección natural―, susceptible de afectar a aquellas empresas que no puedan soportar el tiempo de recuperación.
Lo anterior nos lleva a plantear si resultaría viable la aplicación de la regla del 80-20 del Principio de Pareto en la apertura de establecimientos de alojamientos turísticos y equipamientos de servicios turísticos; esta estrategia permitiría que unos pocos se reposicionasen en el destino, en detrimento de los que no logren las suficientes cuotas de mercado. Sin embargo, en este punto debemos apelar a una máxima del turismo: servir de instrumento para la mejora continua de la calidad de vida de las sociedades anfitrionas. Esto supone poner el foco en el interés general de los destinos, por encima de la mera obtención de beneficios. Así, la redefinición y puesta en funcionamiento de la mayor parte de las actividades y servicios que conforman la cadena de valor turística se plantea esencial para activación económica y social de los destinos; la capacidad para ofrecer servicios con un elevado valor añadido resultará decisiva para su diferenciación y reposicionamiento competitivo en el mercado. En este contexto, los citados indicadores del negocio turístico y de la rentabilidad empresarial deben supeditarse, al menos durante el año 2020, al fomento de las estrategias dirigidas a evitar la pérdida de empleos ―con el consiguiente refuerzo psicológico derivado de una reducción de la incertidumbre laboral y el impacto sobre el poder adquisitivo y de gasto de las unidades familiares―, la dinamización de las redes de suministros, la sostenibilidad social, la responsabilidad social corporativa, etc. La idea es que los citados ERTEs no se conviertan en Expedientes de Regulación de Empleos (EREs). En este sentido, consideramos importante tener una visión sistémica del destino.
Intervención pública
Si bien la actividad turística se sustenta fundamentalmente en el sector privado, constituye uno de los campos de la actividad económica en los que el empresariado no sólo es partidario del intervencionismo público, sino que lo exige en momentos puntuales y contracíclicos. En este contexto, la colaboración público-público, privado-privado y público-privado va a ser esencial en relación con las siguientes acciones imprescindibles para la reactivación del sector turístico.
La primera se refiere a la necesidad de diseñar y aplicar un programa de incentivación económica, de inversiones, créditos, ayudas fiscales y subvenciones. Este programa debe insertarse en una estrategia global de recuperación a escala multiescalar (europeo, nacional, regional y local). Asimismo, su concepción no sólo debe tener en cuenta todas actividades que componen la mencionada cadena de valor turística, sino también la heterogeneidad de situaciones; por ejemplo, la fortaleza de una cadena hotelera contrasta con la fragilidad de un establecimiento independiente. Lo mismo sucede con las distintas y diversas situaciones de cada espacio insular, así como de sus áreas turísticas.
La segunda supone la priorización de inversiones públicas. Esta será necesaria, dado el contexto desfavorable de los presupuestos públicos; a este respecto, el Banco de España estima que el déficit público cerrará este año entre el 7% y el 11% del PIB.
La tercera se relaciona con la necesidad de desarrollar las acciones de reactivación de manera coordinada y paralela. No tendría sentido que, por ejemplo, los establecimientos alojativos adoptasen las citadas medidas de bioseguridad y que no tuvieran clientes, al no poder viajar, porque éstas no se han implementado en los aeropuertos, de origen y destino.
La cuarta acción consiste en conveniencia de consensuar las acciones de seguridad. Estas van desde la fijación y convalidación de normas comunes a diferentes escalas geográficas (internacional, europea, nacional y autonómica) que impliquen a infraestructuras (aeropuertos, aerolíneas, transportes), alojamientos, dotaciones y equipamientos (restaurantes, playas, comercios, museos, parques temáticos, etc.), a la adopción de los protocolos estandarizados y de referencia ya existentes, como los del World Travel&Tourism Council o de la Organización Mundial de la Salud, o las especificaciones técnicas para las múltiples y diversas actividades y servicios que se prestan en los destinos, como las planteadas por el Instituto para la Calidad Turística Española, pasando por las medidas que cada agente privado considere conveniente aplicar de motu propio y se ajusten a la normativa vigente. En coherencia con lo planteado la Confederación Española de Hoteles y Alojamientos Turísticos, el objetivo es evitar una atomización de normas y protocolos por cada país y comunidad autónoma, con el consiguiente riesgo de su yuxtaposición, imbricación y superposición, al omitir la concurrencia competencias de diversas y múltiples administraciones. No obstante, no hay que omitir que el Ministerio de Sanidad es el que toma las decisiones en España, en cuanto se trata de una crisis sanitaria.
En estos casos, la gobernanza resulta clave, en cuanto favorece la sustitución del modelo burocrático y de control jerárquico de toma de decisiones verticales y descendentes (top-down), caracterizado por imposiciones enmarcadas en paradigmas estáticos, a modo de sistema cerrado, sin retroalimentación (positiva o negativa), por el enfoque “de abajo-arriba” (bottom-up), articulado en torno al diálogo, la negociación, la cooperación, el compromiso, el consenso y la concertación.
En definitiva, a pesar de la situación de incertidumbre, el turismo ha demostrado una elevada resiliencia a las crisis. En este sentido, el sector turístico canario pude convertirse en un ejemplo de know-how y de transferencia de conocimiento a través de la adopción e implementación de buenas prácticas de prevención, mitigación y preparación. Se trata de afrontar un proceso de gestión del riesgo, hasta situarlo en niveles aceptables para viajeros, empleados y ciudadanos; en otras palabras, considerando que nos encontramos en una crisis de confianza, se trata transformar el miedo en seguridad. Con la ilusión de que Canarias es una de las comunidades autónomas menos afectada por el COVID-19, esperamos que “los alisios volverán a traer turistas a Canarias…”
Moisés Simancas Cruz
Profesor Titular de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna-
Coordinador del Grupo de investigación ReinvenTUR: Observatorio de la Renovación Turística. Universidad de La Laguna.
Subdirector de la Cátedra de Turismo CajaCanarias-Ashotel de la Universidad de La Laguna
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