Son molestos, innecesarios y apenas atraen la atención del pasajero. Hablo de los mensajes a bordo de los vuelos, antes llamados en nuestro colectivo “las voces”.

A nadie le sorprende, ya que volamos a 33.000 pies —pocos son capaces de convertirlos a metros— y que la temperatura exterior del avión es de -50 grados centígrados. La altura en pies, pero la temperatura en grados centígrados para que haya sistemas métricos mezclados para todos.

En cierto vuelo en el que di la bienvenida al destino con el consabido “Señores pasajeros, bienvenidos a…” no recuerdo dónde aterrizamos, pero si recuerdo que en el asiento 1A iba sentado don Camilo José Cela, quien no tardó en corregirme, ya que la bienvenida la dan quienes reciben a los viajeros en su destino y no quienes llegan con ellos. Si conocen al bueno de don Camilo sabrán el bochorno que pasé.

Creo que todos los pasajeros saben abrir el compartimento superior teniendo cuidado con el equipaje, así como que hasta que una puerta no está abierta, no se puede salir por ella.

En fin. Opino que el pasajero no escucha ni el 30% de los mensajes y en ese 30% no suelen estar las demostraciones de seguridad, ya que los hemos saturado con el distorsionado sonido del altavoz del avión, que tan mal se oye.

Menos “voces” más escuetas y con contenido más específico y útil.

 

*Iván Torregrosa Pihlman es profesional de la aviación