El turismo es una actividad productiva que, al fin y al cabo, se basa en el negocio y, por tanto, si nos referimos a la naturaleza o el patrimonio o el capital natural, estamos refiriéndonos al medio natural y su uso turístico.

Esto implica necesariamente un dilema sin resolver todavía adecuadamente: Cuando hablamos de patrimonio natural como recurso llegamos al dilema de conservación o beneficios.

Lo que ha sucedido en estas últimas décadas es una masificación turística y excursionista de las áreas naturales y específicamente protegidas, que son las que mayor atracción generan en la demanda. Esta saturación (overtourism) se ha dado y se sigue dando con un impacto mucho mayor que en destinos de sol y playa y urbanos por los efectos colaterales de la pandemia y sus restricciones de uso en cuanto a territorios y por la fragilidad y vulnerabilidad ambiental de estos espacios naturales, así como el impacto negativo social que se da cuando poblaciones rurales reciben hasta 5 veces más en número de visitantes sin obtener un balance positivo entre costes y beneficios, sino más bien lo contrario.
 

Playa sufre de masificación turística

Playa sufre de masificación turística

Es entonces cuando se debate qué es lo que debería primar más: ¿La conservación del entorno natural, el disfrute del público o el negocio turístico derivado de este patrimonio natural?

Para mí queda muy claro que sin conservación del recurso, de ese patrimonio natural, de su biodiversidad, estética, y en general la salud ambiental, este recurso o entorno se deterioraría llegando incluso a poderse perder, como ya ha ocurrido en más de una ocasión, porque a veces cuando los indicadores alarman para actuar rápidamente, no se suele tener en cuenta hasta que se llega a esos límites de irreversibilidad.
 

Este deterioro ambiental y por qué no también social, provoca una pérdida absoluta de calidad y competitividad en el proceso de producción turística


Por otra parte, este deterioro ambiental —por qué no también social—, provoca una pérdida absoluta de calidad en el proceso de producción turística que, consecuentemente, se traduciría en la elaboración de productos y experiencias de baja o nula calidad con su consecuente pérdida de competitividad y rentabilidad económica y de empleo.

Desde luego no es un problema nuevo, ya que lleva años y yo mismo he impartido varios seminarios para manejar o gestionar los flujos de turistas y visitantes en las áreas naturales y rurales para conseguir que los beneficios superen ampliamente a los costes que irremediablemente hay que asumir.
 

 Será fácil asumir que la sostenibilidad en la gestión turística es clave para la calidad y competitividad turística a medio y largo plazo

 

Es obvio que hay que pensar en un modelo de gestión turística sostenible como modelo de conservación y beneficio para los diferentes actores del turismo: destino, proveedores, oferta alojativa, comunidad, etc. es decir toda la cadena de valor turística y especialmente tener en cuenta el concepto de gestión sostenible de los recursos, que en definitiva se basa en el aprovechamiento eficiente de los mismos, pensando que estos son finitos y si no se manejan adecuadamente tendrán fecha de caducidad y por ende de finalización del negocio.

Entendiendo que de esta forma la sostenibilidad en la gestión turística será fácil asumir que es clave para la calidad y competitividad turística a medio y largo plazo. Esto lo hablaremos seguro en el próximo Congreso de Gestión turística del Patrimonio Natural y Cultural.

 

 

Y me atrevería a afirmar que incluso a corto plazo, ya que la presión social de la demanda en especial de los mercados emisores cada vez es más fuerte en ver y percibir de manera más directa los resultados de este tipo de gestión donde el green-washing cada vez tiene menos cabida.

Nos vemos en Córdoba el 18 y 19 de noviembre.

 

*Arturo Crosby es editor de Natour magazine.