Realicé el ejercicio de imaginar un completo mapa del tiempo de Gran Canaria el 31 de enero de 2018. La situación -que no la predicción- era de nieve, chubascos, nuboso, rayos y truenos, 200 litros por metro cuadrado y un par de kilómetros más abajo 0 litros, carreteras cortadas por nieve o anegadas de agua junto a otras resecas por el sol. Un cóctel climático en una isla de 47 kilómetros de diámetro, con forma de cono.
No falta casi ningún fenómeno atmosférico en Gran Canaria. Una completa lección de Ciencias Naturales o una locura maravillosa de la naturaleza que se produce en esta isla muy ocasionalmente. Esta situación, o revolutum de situaciones, es efímera, como un fogonazo excitante en el que todo gira en torno al tiempo.
En estos momentos se da la paradoja de la enorme masa de personas que quiere hacer realidad el deseo -prohibido- de ir a tocar la nieve o ver cómo cae. A la sensación de frío en las manos y en la cara que anuncia al isleño el fenómeno extraño y ocasional, se une el cálido sol bañando los cuerpos de los que disfrutan en la costa sur de Gran Canaria, o en la playa de Las Canteras. Todo ello entre chaparrones de agua que inundan las calles, claros soleados y rematados por los evocadores arcoíris, las espectaculares cascadas en los barrancos corriendo que nos indican que estamos ante un gran acontecimiento por lo inusual de estos paisajes.
Mientras tanto, en las hamacas de los hoteles los turistas disfrutan de la tumbona y escuchan a lo lejos cómo retumban los truenos que sobresaltan la agradable calidez de los rayos de un inmutable sol, avisados de que están a media hora en coche para disfrutar de la nevada, en sus jeeps descubiertos, alquilados para ir en pantalón corto y camiseta a la cumbre de Gran Canaria, donde podremos verlos intentando abrigarse con las toallas playeras.
No saben -los turistas- que está prohibido ir a ver la nieve porque no hay condiciones para recibir tal aluvión de visitantes. Y es que no se trata de un domingo de verano en el que no importa que se atasque la ruta hacia la cumbre. Ni la noche de Reyes en la calle Triana que recibe a una masa de gente que va a pasar el rato sin importarle el colapso de público. Aún así, y pese a las prohibiciones y llamamientos a la sensatez, miles de personas se atascan voluntariamente por la novedad o capricho de la nieve en unas carreteras radiales que tienen su centro en lo alto del cucurucho que forma el relieve isleño, con sus turistas y su población residente en la tangente de Gran Canaria.
Recuerdo cuando de niño viví la experiencia de estos días, en un antiguo Peugeot de siete plazas, parado en una carretera de lomas peladas y heladas (lo de los bosques de pinos cumbreros, al igual que el turismo de sol y playa, se impulsó hace apenas medio siglo), y en aquellos años la población de la isla era más o menos la mitad de lo que hoy indica el Padrón. Asimismo, las rutas por carretera eran casi las mismas. Por ello, imagino ahora todas esas carreteras con millares de vehículos sin poder moverse en la nieve, sin cadenas, ni alimentos, sin gasolina para encender la calefacción e incluso sin ropa de abrigo. ¡Muy temerarios y mucho temerarios!
Probablemente en la Península, con la misma situación, no se cerrarían las carreteras. Con un quitanieves sobraría para poder circular con cadenas y otros recursos que existen pero que aquí no usamos. De hecho, la nevada no es el motivo del cierre de las carreteras. Aquí se cierra el acceso a la cumbre para evitar el ritual que tiene hasta su propio himno: "Hay nieve y sol en la cumbre..." Un acontecimiento excepcional e infrecuente que anima a la población a intentar ver un fenómeno que puede que no veas en la vida si no aprovechas la ocasión aunque, como podría decir otra canción: "No hay nieve para tanta gente".