Tenerife, con casi un millón de habitantes, es la isla más poblada de España, ligeramente por encima de Mallorca, pero su tamaño es solo algo más de la mitad del de la isla balear. Históricamente, la población se ha concentrado en el norte. Casi medio millón vive en la conurbación: Santa Cruz, La Laguna, Puerto de la Cruz y el Valle de la Orotava. Sin embargo, el turismo, que representa el 60% del PIB insular, se ha desarrollado, tras la inauguración del aeropuerto Reina Sofia en 1978, sobre todo en el sur. La comunicación entre norte y sur se realiza por carretera, al no haber ferrocarril en la Isla. En consecuencia, La autopista que comunica ambas áreas está atascada varias horas cada día.
Pero no siempre fue así. En realidad, el turismo isleño se inicia en el Puerto de la Cruz ya a finales del siglo XIX. Como siempre fueron los ingleses los que lo iniciaron. Ya conocían el Puerto por los intercambios comerciales, pero después descubrieron las bondades del clima y sus efectos beneficiosos para la salud.
Ingleses fueron los que financiaron el Gran Hotel Taoro, el primer hotel de lujo de Canarias que se inauguró en 1890, que fue visitado por toda la nobleza europea. El Taoro puso al Puerto en el mapa turístico europeo, pero no fue rentable económicamente por lo que tuvo que cerrar. Actualmente, está en proceso de rehabilitación para su reinauguración en el verano del 2024, tras una fuerte inversión. Será de nuevo de la máxima categoría y centrado otra vez en la salud, aunque ahora se dice en inglés: “Wellness and Spa”
En los años cincuenta, tras la apertura en 1946 del aeropuerto de Los Rodeos, se produce una verdadera explosión urbanística que termina con la agricultura y con gran parte de la Costa. Cuando en 1955 Puerto fue declarado “Lugar de Interés Turístico Nacional” ya se habían cometido muchas de las tropelías que duran hasta hoy día. Era en esos años un referente del turismo moderno tanto en el archipiélago como en toda España. Las crisis de los años setenta, la comercialización turística del más soleado sur de la Isla, especialmente tras la apertura del aeropuerto Reina Sofía en 1978 y el tremendo accidente aéreo, un año antes en Los Rodeos, que fue cerrado al tráfico internacional hasta el 2003, colocaron en serias dificultades al Puerto. En ambos casos acompañé al secretario de estado de turismo Ignacio Aguirre en la visita a Tenerife. Volamos en el primer avión que tomó tierra tras el accidente. La vista de los restos de los dos jumbos fue desoladora.
Los hoteles de gran volumen, adecuados para la clientela de los turoperadores y los altos edificios de apartamentos que ya habían sido construidos estaban ahí para quedarse.
La conversión del lago natural de Martiánez en un inmenso conjunto de piscinas de agua de mar ha protegido y puesto en valor buena parte de la Costa Central de municipio, que es el más pequeño de Tenerife. El genio de César Manrique, que lo diseñó y que también fue responsable del arreglo de las playas denominadas conjuntamente y con buena razón, Playa Jardín, salvó al Puerto, tremendamente afectado por el accidente de los Rodeos un mes antes. Otro creyente, el alemán Kiesling, invirtió en la creación de Loro Parque considerado como uno de los mejores del mundo en su género, y en el mantenimiento y reforma del famoso Hotel Botánico. Entre Lago Martiánez y Loro Parque hay 3,5 kilómetros de frente marítimo que muchos turistas aprovechan para sus paseos.
La construcción vuelve moderadamente en los ochenta. Afortunadamente, ha sido escasa desde la crisis y tras la aprobación de normas restrictivas por parte del gobierno canario. Desde hace unos años la inversión se ha centrado en la renovación y mejora de los hoteles existentes que, cuando ha sido posible, se han recalificado a 4 estrellas. Estos suelen tener piscina generalmente en la terraza con buenas vistas y éxito de público.
El Puerto es hoy un aceptable lugar de vacaciones con lugares interesantes que visitar como el Jardín botánico, llamado de Aclimatación, uno de los más antiguos e interesantes de Europa o el centro histórico con 140 edificios protegidos, incluido el Museo de Arte Contemporáneo Carlos Westerdahl y el Castillo de San Felipe.
Fuera del centro hay numerosas rutas de senderismo, siempre con la magnífica vista del Teide. La visita al majestuoso volcán es la excursión más interesante. Los turistas también visitan La Orotava, con un magnífico centro histórico y algunos pueblos del valle que mantienen su carácter típico. En la zona hay varios guachinches —casas de comida local— que sirven el vino del año. Los locales también consumen el “barraquito canario “, la bebida local a base de café, licor, leche condensada y especias.
Como en tantos lugares de pescadores, las Fiestas del Carmen son muy celebradas. En este caso una gran parte de los "ranilleros", vecinos del casco antiguo, disfrutan de la procesión marítima y de la sardinada de San Telmo, como también lo hacen algunos avispados turistas.
La gastronomía local es similar a la del resto de las zonas costeras de las Islas, basada en el pescado local, las papas arrugadas con mojos picones, el conejo y el cerdo. Los restaurantes abundan en el centro, algunos de comida local y otros italianos, favorecidos por las familias. En la Plaza del Charco, la más emblemática de la ciudad y sus alrededores, están alineados uno tras otro.
El Puerto se ha acomodado a la realidad turística actual. Los hoteles ofrecen a precios ajustados un servicio de buena calidad que ha permitido mejorar la estacionalidad. La clientela peninsular, de clases medias, es ahora dominante, ya que gran parte de los británicos han descubierto el caliente sur y les gusta. Sin embargo, otros, no solo ingleses prefieren la eterna primavera tan citada en la promoción turística, incluidas las nubes, en ciertas épocas del año.
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).