Todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío. Y lo nuestro, en las islas, es lo de todos, es el turismo. Sin turismo, no somos ni seremos nada de lo que queramos ser, así que toca defenderlo y sin más, ir a lo nuestro.
Estamos atravesando lo que parece el final de la travesía del desierto, un desierto casi sin oasis (excepto las ayudas públicas), inmenso, cruel, sin actividad, sin perspectivas, con espejismos constantes de recuperación, pero siempre desierto.
Allí, en el horizonte, esta vez sí, parece vislumbrarse vida, parece atisbarse turismo.
Nos frotamos los ojos, incrédulos, tras tanta frustración acumulada durante un año que parecen diez, miramos de reojo hacia el infinito, una y otra vez y queremos explotar con un “esta vez sí”, porque lo necesitamos, lo necesitamos como el comer, lo necesitamos para comer.