Opinión
Turistas u oferta turística: ¿Qué es lo peor para nuestro patrimonio?
Los peligros de los turistas cuando viajan fuera de los destinos de masas del sol y playa y urbanos
No estoy seguro de que es peor o más perjudicial para el entorno natural y social, si la propia oferta turística (véase empresas de alojamiento, animación y similares) o la demanda turística, es decir, los turistas y excursionistas (como recordatorio aquellos que no pernoctan), y sobre este tema me gustaría hacer una llamada de atención porque se está poniendo en peligro nuestro Patrimonio Natural y Social.
La demanda que quiere un “campo” adaptado a sus expectativas urbanas con comida adaptada a sus gustos (que suelen encontrarse en cualquier restaurante de ciudad o destinos de playa); gente que espera encontrar un mundo rural o natural inventado después de haber visto videos, escuchado amigos, leído reportajes, etc., es decir animales que no huelan, ni hagan ruidos (no lo identifican como sonidos), provoquen sensaciones de miedo o no puedan jugar; comodidades de accesos; o equipamientos con expectativas urbanas (al igual que en su lugar de residencia o como otros destinos urbanos y de sol y playa). “Resumiendo ver el campo desde la pantalla de su teléfono o televisión, pero estando en el propio campo”.
Se han podido leer quejas de gente de pequeños pueblos en España y Francia (seguramente en más países) sobre los insoportables inconvenientes que perturbaban la tranquilidad y disfrute de algunos turistas. Véase los ruidos de los gallos cantando al amanecer; los olores de animales como vacas, caballos, gallinas, perros, etc. —incluyendo miedo por su cercanía—; los ruidos de las campanadas de las iglesias, de los tractores y otras maquinarias cuando trabajan; en esos pequeños paseos donde espantar vacas, ovejas o cabras, llegando a veces a agredirles, como ocurrió en la ruta del río Cares (Asturias), donde unos jóvenes llegaron a tirar por un barranco una cría de jabalí (sin consecuencias punitivas, por cierto) —se ve algo divertido y parte del ocio—.
Y lo penoso es que algunas de estas localidades han cambiado parte de sus tradiciones para satisfacer las exigencias de la demanda, algo que sin duda genera un grave impacto social y un deterioro de ese patrimonio local.
Cuando la oferta turística (alojamientos, restauración, animación…) busca su rentabilidad máxima a costa de casi cualquier precio, se deteriora tanto su propio recurso que comienza perdiendo calidad hasta llegar a agotarlo y/o destruirlo. Este es el caso de la sobreoferta de empresas que, obviamente, necesitan clientela y esta supera con creces los límites aceptables de convivencia para la población local y también para otros visitantes, porque la capacidad de carga emocional o psicológica es más importante de lo que parece, en términos de calidad.
O cuando los turistas reclaman ver animales como si la naturaleza fuese un zoológico y los prestadores hacen lo peor para la fauna silvestre en aras de satisfacer esas expectativas, tratando de “domesticar” estos animales, causando un serio impacto o comportamientos como el que se ve en este video de Tanzania, ofreciendo un espectáculo bochornoso para los operadores turísticos y claro para sus clientes que no les denuncian. Algo similar ocurre en los viajes en barcas para ver cetáceos (ballenas, delfines, orcas, etc.) donde las embarcaciones, a pesar de estar ya prohibido en algunos países, se acercan a los animales tanto que les asustan o les dañan y cuando la reacción de algunos, como las orcas, es defensiva frente a cualquier embarcación, la respuesta es tratar de castigarles por el daño que pueda provocar en dichos barcos.
O cuando los turistas reclaman ver animales como si la naturaleza fuese un zoológico y los prestadores hacen lo peor para la fauna silvestre en aras de satisfacer esas expectativas
Por tanto, el gran peligro del turismo de naturaleza es la propia demanda turística y los operadores que priorizan de lejos su rentabilidad a corto plazo, olvidando que su negocio depende directamente de la existencia de ese Patrimonio Natural que ponen en peligro.
Algo similar ocurre en los pueblos donde también la visión a corto plazo pone en riesgo al propio destino, al igual que en ciudades-destino como Venecia, donde recientemente su alcalde denuncio a lo que llamaba “unos imbéciles” haciendo esquí acuático en los canales, después de que este destino se esté reconvirtiendo para salvarse de su propio supuesto éxito. También podría citarse el caso del municipio de Tarifa (Cádiz) donde el número de turistas triplica la población en temporada veraniega, lo que causa no solo el impacto psicológico, sino el social (cambia el valor de las propiedades para la gente local, tradiciones, etc.) y claro el consumo de los recursos existenciales como el agua o los residuos urbanos, tráfico, entre otras cosas.
El gran peligro del turismo de naturaleza es la demanda turística y los operadores que priorizan su rentabilidad a corto plazo, olvidando que su negocio depende directamente de la existencia de ese Patrimonio Natural
Esto es debido tanto por un efecto moda, como por un incremento enorme de la oferta turística y de ocio, que para rentabilizar su inversión desea un mayor número de turistas y excursionistas sin tener en cuenta ni el entorno, ni la comunidad, ni siquiera a los propios visitantes y claro ni el Ayuntamiento ni la Comunidad Autónoma que tienen sus competencias legales actúan para preservar el patrimonio y pensar no solo en hoy, sino en mañana, es decir para tener un negocio turístico sostenible.
Otros casos como el turismo de borrachera en sitios como Islas Baleares, que beneficia a unos empresarios contra otros que se ven perjudicados, ya que ambos viven en el mismo entorno y se dirigen a segmentos de demanda incompatibles entre sí.
Es un dilema que sigue muy vivo y pendiente de resolver porque hay muchas partes interesadas y con objetivos contrapuestos.
Y otros casos como playas prístinas de Tailandia (el famoso cierre de la playa Maya Bay) donde se abarrotan de ecoturistas, neohippies y otras tribus urbanas, causando una sobresaturación que agota el propio recurso natural, fenómeno que se repite precisamente en los escenarios más vulnerables.
O lo más reciente, como se recoge Tourinews, los turistas de Cancún se niegan pagar el impuesto local por la presencia del sargazo en las playas, algo que es un fenómeno natural, pero, por otra parte, es un indicador de exigencia hacia el destino y sus empresas para tener un “entorno conservado”
Hay miles de ejemplos que se pueden resumir en que existe una demanda de turistas poco o nada motivados por la naturaleza, pero que consumen en masa, sin importarles, estos entornos naturales, deteriorándolos a una velocidad preocupante, expulsando a la vez aquella demanda motivada que podría generar impactos positivos, como este caso de Río Chillar (Nerja).
Se trataría de pensar, planificar y saber gestionar los territorios y destinos para no tener que compensar a posteriori y en definitiva arruinar estos entornos por su deterioro, provocando cerrar negocios, empleos y perdida del patrimonio.
*Arturo Crosby es editor de Natour magazine
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