Opinión
Valores mínimos de respeto por el oficio de la hospitalidad
Desde aquí, lanzo un mensaje a los futuros y presentes líderes con valores claros de humildad y respeto por lo que hacen y por las personas a las que dirigen
Cada vez que intento ser más comprensivo ante determinadas acciones humanas, más convencido estoy de que dentro de esta castigada profesión necesitamos de un arreglo emocional inmediato y eficaz. Porque, si no —como he dicho en infinidad de ocasiones—, el destino más inmediato es el fin de la razón, de la comprensión, de la coherencia, de la iniciativa personal y común, de la resolución de determinados y excepcionales eventos del día a día y de la motivación, abocándonos directamente a un camino sin retorno, al ostracismo profesional, cosa que desembocaría en la pérdida total de cualquier emoción para conseguir trasladar nuestra felicidad a nuestros clientes y colaboradores.
Dicho esto, vuelvo a hablar de la figura del líder. El líder no solo es aquel que tiene la responsabilidad jerárquica más alta en un equipo de personas, por ejemplo, el director del hotel, chef, responsable de sala o cualquier otro jefe departamental. El líder está en todas partes, por arriba y por abajo y muchos aún por descubrir dentro de nuestros propios colaboradores.
Hace mucho tiempo tomé la decisión de no trabajar para nadie ni con nadie que no compartiese unos valores mínimos de ética, cariño y amor al oficio; de esta manera, pocas discusiones podría tener con los mal llamados líderes, que solo se creen estar dirigiendo equipos por lo que pone en su tarjeta de visita.
Hoy, tengo dos suertes importantes: una es trabajar solo para empresas que se preocupan realmente y mucho de sus colaboradores y, por supuesto, clientes —cosa que no es fácil de encontrar, ya que muchas cojean de un lado u otro como he comentado en otros artículos—. La otra es que procuro rodearme o inculcar en los equipos la misma ideología que creo que suma en cuanto a valores profesionales se refiere. Y es que, es una suerte tener gente a tu alrededor compartiendo ideas y valores profesionales idénticos a lo correcto y la energía positiva, crítica, reflexiva y coherente sube y sube la adrenalina para estar al 100% siempre, lo cual hace que podamos tener opciones infinitas para desarrollar la creatividad y proponer nuevas fórmulas de trabajo y acciones determinadas que terminan por dar buenos resultados y percepciones inolvidables.
De igual forma, actualmente dirijo grupos de personas capaces de cualquier cosa, de actuar sin pedir permiso, trabajar o plantearse cualquier objetivo a corto o medio plazo. Porque la energía positiva que reciben se convierte automáticamente en motivación y ganas de hacer cosas diferentes continuamente aparte de su trabajo diario. Son capaces de pensar libremente y de exponer cuestiones para mejorar su rendimiento y todo bajo una atenta mirada —la mía es la más directa— que evalúa sus puntos fuertes y débiles y que les ayuda a equilibrarlos trabajándolos todos los días, con énfasis a nivel individual y con discreción a nivel grupal.
Pongamos otro ejemplo, real o no, lo dejo en el aire. Un grupo de personas que trabajan de camareros tienen como líder a un maitre que también realiza un trabajo ejemplar ante sus clientes y dirige a ese equipo con la misma ilusión y ganas que, por ejemplo, nosotros en la cocina. Pero... su superior más directo es una persona que solo transmite miedo, broncas y rechazo hacia lo más simple que puedan imaginarse. Este, a la vez, no transmite nada a su superior y la información se queda bajo su tutela, tomando él las decisiones y directrices que cree oportunas sin pedir opinión, ni tener la razón absoluta de nada. No hay opción a la réplica, ni opción a cuestionar nada, todo es no, no, no y porque lo digo yo.
Estamos ante un caso de "la vieja escuela". Un caso excepcional, pero que afecta directamente a un líder ejemplar y a todo un equipo de personas que no entienden la política de esa "vieja escuela"¿Resultado? Desmotivación colectiva que se traslada a los clientes tarde o temprano, ganas de llorar en algún rincón por parte de los más sensibles, de marcharse e incluso pensar que se han podido equivocar eligiendo este oficio. También genera frustración colectiva e individual que supone no opinar, no pensar, no crear y no mejorar como profesionales; "ir a trabajar" por esperar el sueldo a fin de mes; un agotamiento físico y extra, emocionalmente hablando; un deterioro creativo a la hora de ejecutar su trabajo diario; y la posibilidad de perder futuros profesionales comprometidos y preparados para ser líderes de otras personas, que viven por y para esta profesión. En definitiva, genera pérdida de confianza con su superior más directo, dado que este no tiene capacidad de actuación, más que obedecer a ese que se hace llamar superior directo. Todo lo bueno que ese maitre quiere transmitir a su equipo se pierde en palabras envueltas en un humo que todo lo ahoga.
Desde aquí, lanzo un mensaje a los futuros y presentes líderes con valores claros de humildad y respeto por lo que hacen y por las personas a las que dirigen.
Ante todo, no perdamos el hábito de escuchar, no van a perder la razón por ello, ni la coherencia, ni la verdad. Mi lema es simple: Teniendo una escala de valores bien definida en tu vida personal y profesional nada puede fallar.
Como dice la famosa frase que continuamente se usa en motivación de equipos: "Si luchamos, podemos ganar; si no luchamos, estamos perdidos". Y nuestro deber es luchar por la empresa que representamos en todos los aspectos y respetar las jerarquías; pero, por supuesto, que por encima de la empresa se mantengan siempre unos valores mínimos de respeto y ética por las personas y por la profesión. Porque podemos cambiar de empresa, pero la profesión estará siempre con nosotros y debe permanecer limpia para las nuevas generaciones.
* Víctor Rocha López es Corporate Chef F&B Culinary trainer. Autor del libro 'El humo que todo lo quema'.
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