Hay pocas dudas de que Venecia sea la ciudad más bella del mundo. Los palacios góticos que bordean los principales canales, la enorme variedad cromática de sus edificios, junto con la pintura y la música barroca de sus más famosos compositores, conforman la llamada venecianità.
Cada año, hacia finales de febrero, Venecia explota con su carnaval. Si uno llega al atardecer, nada más abordar el vaporetto, cree entrar en un mundo irreal en el que se juntan belleza y misterio. Los trajes y, sobre todo, las máscaras van del barroco al rococó, aceptando el dicho mexicano: antes muerta que sencilla. Allí la sencillez es simplemente falta de clase.
Esa retorcida hermosura ha llamado la atención de los más afamados fotógrafos y de los realizadores de cine y televisión a los que hordas de turistas armados con sus teléfonos móviles imitan fotografiando lo que ya conocen, pero no mirando lo que antes no habían visto. Sin embargo, los sufridos residentes padecen la falta de condiciones adecuadas de las viviendas. A lo largo de los años, han ido abandonado la isla principal para trasladarse a Mestre y a otros barrios en 'terraferma'. En ella viven menos de 60.000 personas, que, prácticamente en su totalidad, se dedican a vender algo al turista, sea comida o recuerdos made in China.
Los vetustos edificios se han ido reformando. Se han convertido en alojamientos de uso turístico. Entre los que pernoctan y los que vienen a pasar el día, el turismo masivo invade todos los rincones de la Isla. Llegan en autobuses o en automóvil que aparcan en Mestre y en inmensos buques de crucero que fungen de pantalla cuando circulan por la laguna, impidiendo ver lo que hay delante o detrás. Las autoridades ya han limitado su navegación.
Son ya más de 10 millones los que pernoctan anualmente y otros 20 los que no lo hacen —500 visitantes por cada residente—. Estos aprovechan las pocas horas de su visita —los cruceristas regresan al barco antes de las 4— arrastrándose entre multitudes de San Marcos al puente de Rialto y de vuelta. La mayor parte han consumido una gran ración de perfecta beldad y se han gastado unos pocos euros en una pizza y una cola.
Las sucesivas autoridades municipales son muy conscientes de la realidad, pero las medidas que toman, como la prohibición de comer y beber en la calle, son timoratas.
En el año 2019 decidieron, tras muchas dudas, imponer una tasa de entrada —contributo de acceso— Como es bien sabido, inmediatamente hubo una conjura universal y los turistas desaparecieron.
Cinco años después, los turistas han regresado y el ayuntamiento, tras muchos y diversos avisos, ha decidido aplicar la tasa anunciada, pero, por supuesto, como corresponde a la ciudad, eliminando de ella cualquier rasgo de sencillez. Es una obra de arte entre barroca y rococó.
Desde el 25 de abril hasta finales de año han seleccionado los 100 días de mayor afluencia en los que se cobrarán 5 euros por acceder a la ciudad. El control se realizará en los accesos habilitados en diferentes puentes en los que se instalaran barreras tornos en los que habrá que presentar digitalmente el Venice Pass correspondiente.
Previamente, hay que registrarse en una plataforma para hacer una reserva de alojamiento o de una exención y obtener el QR correspondiente. . En principio habrá un límite de acceso de 40.000 personas diarias sin contar los alojados.
No es una tasa turística como la que pagan los turistas alojados en hoteles y otras formas de hospedaje, que quedan exentos de este contributo. Tampoco tienen que abonarlo los residentes en la región Veneto y sus familiares hasta el tercer grado, los propietarios o arrendatarios de viviendas, los menores de 14 años, los estudiantes que asisten a cursos, los que acudan por razones médicas o a un funeral, los que participen en competiciones deportivas, las fuerzas de orden público de servicio (menos mal) y los que consigan un código amigo. Se aplica entre 8:30 de la mañana y 16:00 de la tarde.
Las críticas de los residentes han sido inmediatas: hay acusaciones de que costará más de lo que recaudará —no hay estimaciones oficiales de ingresos— y de que vulnerará la privacidad.
A partir del año 2025 entrará en vigor de forma definitiva —significado ambiguo en el habla local— pero con una complicación añadida, pues el coste del pase oscilará entre los 3 y los 10 euros.
Como ha dicho el alcalde Luigi Bragnano. “No volverá a ser como antes", quizás pensando en el Tancredi del Gatopardo cuando le dijo a su tío: “Se vogliamo che tutto rimanga com'è, bisogna che tutto cambi".
*Ignacio Vasallo es director de Relaciones Internacionales de la Federación de Periodistas y Escritores de Turismo (FEPET).