Opinión
Zamora, una ruta por tierra de leyendas
La primera quedada en la Península con mis amigos me convirtió en anfitriona y guía turística de mi ciudad natal, y prácticamente toda la provincia de Zamora
Estar a miles de kilómetros de tus amigos implica que cuando surge la oportunidad de reunirse va a ser épico. Ya no sólo por las risas, más que aseguradas, y las horas de charla para ponerse al día, sino también porque implica hacer alguna ruta.
La primera quedada en la Península me convirtió en anfitriona y guía turística de mi ciudad natal, y prácticamente toda la provincia de Zamora.
A pesar de las lluvias, el otoño puede convertir cualquier rincón en mágico, y el huir de un chaparrón puede traducirse en una visita al maravilloso patio que tiene el Palacio de los Condes de Alba y Aliste (actual Parador de turismo).
Las estrechas calles del casco antiguo se mezclan con las leyendas aprendidas de las abuelas y no se puede terminar una visita por la ciudad sin tomar unos pinchos en los Lobos.
Zamora ciudad es chiquitita y en nada y menos está vista… pero ¿por qué quedarnos ahí si hay más sitios por descubrir?, pues ¡dicho y hecho!
Rumbo norte, a unos 40 km está una joya del románico (una de las muchas en esta tierra), las ruinas del Monasterio de Moreruela que a más de uno le hace pensar en novelas como “El nombre de la rosa” o en videojuegos como “Assassin’s creed”.
Rondando los 110 km encontramos Puebla de Sanabria, uno de mis rincones favoritos y que evidentemente no me iba a guardar ante mis maravillosos visitantes. Casas de piedra con tejados de pizarra, rodeados de montes completamente verdes y varios ríos y arroyos que le dan ese toque de cuento.
Visita obligada al castillo, donde recorrimos hasta el último rincón subiendo y bajando todas las escaleras que encontramos, y ¿por qué no asomarnos también a las chimeneas? Para los niños, y no tan niños, tienen a disposición réplicas de distintas armas y armaduras para llevarte una foto de recuerdo, una oportunidad que no se puede desaprovechar para hacer el ganso. A falta de espadas, un paraguas te salva en el duelo.
Como despedida, un paseo por el Lago de Sanabria, donde leyendas y anécdotas de los campamentos se entremezclan.
Estoy más que convencida de que en cuanto tengamos oportunidad nos volveremos a reunir, en Zamora, Las Palmas, Madrid o en cualquier rincón del mundo (no me olvido de que Burgos está en la lista de pendientes).
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